ARTE Y CONTEXTO

Eros,Tánatos, el arte y el amor.

“Si ayer moría por verte, ay llorona, hoy muero porque te vi”. La llorona.

OPINIÓN

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Julen Ladrón de Guevara / Arte y Contexto / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El amor y la muerte poseen un vínculo más estrecho entre sí que el de los amantes en el éxtasis de su relación. La candidez de la mirada que Eros provoca en los enamorados se asemeja a la que Tánatos ha reservado para los moribundos porque, a final de cuentas, las dos experiencias son agónicas. 

Cuando se prescinde del ser amado todo el cuerpo lo resiente y reclama con violencia el regreso del aroma de la piel del otro, de su cercanía al despertar o al caminar por la banqueta, de la voz que jamás pronunciará su nombre otra vez. 

Ese ente que nació con el fuego de la pasión, al dejar de existir se convierte en cadáver, después en fantasma y al final en una sombra imperceptible, si  todo sale bien. Si no, se convertirá en una canción, en una escultura, en una pintura que inquiete al observador o en otras cosas hermosas aunque dolorosas que pueden ser redituables para los artistas que las sepan conceptualizar. 

El amor en sí es menos interesante para las almas creativas, por eso el mayor porcentaje de canciones rancheras, por ejemplo, son de ardor. Tal vez se deba a que la agonía puede ser disfrutable para algunos masoquistas, porque nos recuerda a nosotros mismos sufriendo y deseando morir abrazando esas sensaciones.

Vivimos para servir a Eros y a Tánatos que son la vida y la muerte al mismo tiempo, la destrucción, lo que nos lleva a la venganza placentera y a una serie de reacciones tóxicas derivadas del amor cuando se malogra. Toda esa energía vital surgida del deseo y la pasión se transforman fácilmente en tragedia y desolación, como la angustia que ilustra Edvard Munch en la pintura “El grito”. 

Sin embargo, el dolor  físico o moral puede ser una extraordinaria fuente de placer. Algunos lo subliman erotizándose con pequeñas torturas controlables, otros chantajeando al prójimo, unos más se harán adictos al cilicio que mortifique su carne y así ad infinitum. Por eso, la creación tiene una fuente inagotable en este tema, tiene una pléyade de musas lindas y perversas merodeando los talleres de los artistas para conducir su trabajo, al menos eso me gusta imaginar. 

El tema del amor en su modalidad más triste ha sido fructífero para monstruos intelectuales como Wagner, compositor de la ópera Tristán e Isolda, que es una historia medieval donde los dos protagonistas se aman demasiado pero no pueden estar juntos, así que deben morir para lograrlo. Otra de mis tragedias favoritas es “Giselle”, un ballet basado en la obra “De l'Allemagne” (1835) de Heinrich Heine que fue creada a cinco manos por Adolphe Adam (música), Jules Perrot y Jean Coralli (coreografía) y Théophile Gautier y Jules-Henri Vernoy (guión).  

La pieza narra la historia de la muerte de una infeliz enamorada que fallece en los brazos de su madre después de bailar delirantemente al descubrir que la engañaban. Este es el acto final, cuando la artista debe sacar de las entrañas todo el dolor y desolación que matará a la protagonista, luciendo formidable y bailando como si fuera el último día de su vida. Recomiendo para el caso a Marianela Núñez del Royal Ballet, cuya ejecución nos transmite la cruel desesperación de la Giselle que, al igual que nosotros alguna vez, fue consumida por el desamor. 

 

POR JULEN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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