COLUMNA INVITADA

La escritura, instrumento emancipador

Ayer como hoy, en México lo mismo que en América Latina y el Caribe, deviene crucial materializar los versos de sor Juana: "depuesta la fiereza de unos y de otros el temor depuesto"

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Ayer como hoy, en México lo mismo que en América Latina y el Caribe, deviene crucial materializar los versos de sor Juana: "depuesta la fiereza de unos y de otros el temor depuesto". Ya no se trata de recibir a los extraños con ritos cívicos rindiéndoles pleitesía y formularles peticiones a la manera del Neptuno alegórico de la monja jerónima. Y sin embargo lo seguimos haciendo, la reciente cumbre de los mandatarios de América del Norte así lo revela: no estamos a la altura de los retos de nuestra circunstancia.

Suma de dramatismos, en el pasado colonial el mundo hispánico en América no franqueó el umbral de la etiqueta cortesana. Tendría que pasar el tiempo para que los criollos cobrasen conciencia de su condición subordinada a la metrópoli. No podemos olvidar que las rebeliones más denodadas en contra de los intereses ultramarinos encontraron en indios y negros a sus protagonistas: Tupac Amaru, la Guerra Chichimeca de 1550-1600, y los cimarrones antillanos, muestras de una legión combativa.

Desde los Comentarios reales del inca Garcilaso de la Vega hasta la traducción inédita del Telémaco de Fénelon que realizara Leona Vicario de Quintana Roo, cobramos evidencias de un "atentado" singular: pensar la originalidad de esta América y dar libre curso a su desarrollo y expresión. Al modo de una pesadilla nos acompaña la compulsión por saber qué somos y hacia dónde vamos.  Pregunta vigente e irresuelta hasta nuestros días. La avidez de respuestas inundó el siglo XIX; urgían entonces, recuentos y balances del nuevo estilo americano. 

Como una rareza destaca la obra del padre Anastasio de Ochoa y Acuña, Cartas de Odalmira y Elisandro, conjunto costumbrista hecho por el olvidado traductor de las Heroidas (cartas de las hijas de los héroes) de Ovidio. Así, la construcción de nuestras naciones exigía su invención.

Acaso la realidad de América Latina y el Caribe supere la ficción, trascendiendo cualquier exotismo. La producción narrativa surgió entrada la noche colonial. Nada importó que tuviéramos entre nosotros a un escritor de la talla de Mateo Alemán, el creador del Guzmán de Alfarache.

Hasta 1773 hallamos un aviso, una señal huérfana, en “El lazarillo de ciegos caminantes” de Alfonso de Carrió, picaresca que entroniza a un nuevo y seductor personaje: el "lépero", ese mestizo desheredado que hace "patria" con su sobrevivencia tan a penas y su ingenio que resulta expresión de un mundo trastornado que ya no obedece al desgastado modelo nostálgico del paraíso perdido, ya en su versión aborigen, ya en su versión europea.  La ironía negra del peruano anunciaba ya los vientos críticos de José Joaquín Fernández de Lizardi y su Periquillo Sarmiento, compromiso del espíritu emancipador del yugo borbónico.

A trasmano de las anécdotas, la Constitución de Cádiz de 1812 prohijó la multiplicación de innumerables manifestaciones literarias. El Pensador Mexicano demuestra que la letra impresa se convirtió en signo del ansia independentista. Este periódico, aprovechando la libertad de imprenta consignada en la ley máxima, tomaría claro partido por la causa de los insurgentes. A grado tal que los movimientos nativos en contra de las metrópolis encontrarían en la escritura a una de sus armas más eficaces. Lo mismo hoy que ayer... ¡quién lo pensara!

POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR 

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