LA NUEVA ANORMALIDAD

Él

Nombrar al presidente de la República con nombre y apellido en los espacios públicos, como las redes sociales, no sólo es necesario: es también un llamado a la rendición de cuentas

OPINIÓN

·
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

“… el manuscrito empezaba con esta palabra escrita en color rojo, no sé si con tinta o con sangre:

‘Él’.”

—Mercedes Pinto, Él

“¿Ya viste lo que dijo de fulano?”. “¿Te enteraste de que ya le renunció zutano?”. “¿Leíste lo que escribió mengano sobre Él?”. Eso oigo, eso leo, eso veo mañana, tarde, noche. En discusiones mediáticas y en sobremesas familiares, en columnas periodísticas y en redes sociales.

Lo que me escandaliza no es la frecuencia con que se habla y se escribe de lo que hace y (sobre todo) dice el presidente de la República –es comprensible: da mucho de qué hablar–; lo que me alarma es la cada vez más socorrida (y acaso inconsciente) elisión del sujeto:

Cosecha de hoy en Twitter:

·      “Se pelea con el INE, con Lorenzo Córdoba [sic], con Calderón, con Proceso, con Ciro, con Loret, con Aristegui y hasta con la Suprema Corte. Con todos, menos con el narco.” (Chumel Torres)

·      “Sólo ama los aplausos de su porra. Por eso, lleno de soberbia, un día le cantó el tiro a las farmacéuticas, las acusó sin pruebas de corrupción y, sin facultades, canceló sus contratos. Se vino el desastre del desabasto de medicinas.” (Max Kaiser)

¿De quién hablan estos tuiteros? ¿A quién desaprueban como gobernante? ¿A quién exigen rendición de cuentas?

Conocer la respuesta no mitiga el efecto de evitar nombrarlo.

En la antigua China estaba prohibido decir el nombre del emperador, y al escribirlo era menester omitir uno de sus trazos, a fin de no banalizarlo. En el actual Japón, la población se refiere al jefe de Estado como Su Majestad el Emperador o como Su Actual Majestad pero no pronuncia ni escribe la palabra Naruhito. Los judíos ortodoxos consideran a Dios inefable; de ahí que, al posarse sus ojos sobre la palabra Yavé, la sustituyan en la lectura en voz alta por Adonai (Señor Mío) o por HaShem (El Nombre). Lo que no se nombra es reverenciado. Véase sagrado.

Nada puede haber más lejano a la intención de Chumel Torres o de Max Kaiser que reverenciar a López Obrador, menos aún sacralizarlo. Sin embargo, al no consignar su nombre o su cargo, parecieran transmitir que, para bien o para mal, nadie más hace o dice en México cosa digna de mención.

Que el nombre del presidente de la República sea innecesario para identificarlo abona a la idea –peligrosísima a mi juicio– de que en México existe un único sujeto político, por omisión. Cuando uno de los rasgos más objetables de López Obrador es su voluntad activa no sólo de fijar y acaparar la agenda pública sino de erigirse en principal tema de conversación del país, quien omite nombrarlo se vuelve, sin quererlo, su cómplice.

El ciudadano Andrés Manuel López Obrador, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, es un servidor público sujeto a rendición de cuentas. No menos y no más. Ocupémonos de él como tal.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG: @NICOLASALVARADOLECTOR

PAL