COLUMNA INVITADA

Gilberto Aceves Navarro, renovador de la plástica mexicana

Frenético y delirante, resolvía el blanco de las telas y los papeles con su afinada intuición

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

En el bosque de los pinceles y el desfile de las manchas que generan, Gilberto Aceves Navarro (1931-2019) desafía las convenciones de las buenas conciencias, los críticos y el mercado. Ejerce un sentido lúdico en su refinada imaginería. Lo hace convencido de que la pertinencia del arte anida en su capacidad de sorpresa. Por ello se afana en buscar los deleites de las transgresiones: los delitos propios de una sensibilidad pensante. 

A lo largo de su trayectoria a un tris de las siete décadas, este erudito fatiga a los maestros de la pintura occidental desde el gótico tardío con Rogier van der Weyden (1399/1400-1464) hasta el expresionismo abstracto con Willem de Kooning (1904-1997), convidándonos imágenes desconcertantes y armoniosas, escuchando las voces interiores que le susurraban acertijos en legión y desafíos en tropel. 

Frenético y delirante, resolvía el blanco de las telas y los papeles con su afinada intuición. A veces apoyándose en la línea del dibujo, en ocasiones incursionando en contrastes de color inverosímiles, a ratos procurando diferencias en las texturas empleadas, de vez en cuando narrando episodios de historias personales o librescas, vaciando la supuesta escena de figuras que la protagonizaran hasta ofrendarnos unos deliciosos vacíos formales, saturando el territorio pictórico con fauna, flora y una anfictionía de hombres y mujeres ordenados en clanes y tribus, brincando de un formato a otro desde pequeños retablos hasta murales encantados de invertir sus proporciones: el gigantismo de las miniaturas de ángeles o insectos que evocan retablos de Renania y Westfalia del trecientos, la reducción de los colosos que invocan superficies pétreas en cavernas paleolíticas de la cornisa cantábrica pobladas de bisontes y ciervos...

Devastación disciplinada de las paredes de grutas y socavones míticos capaces de alojar un maravilloso y seductor desfile icónico: In umbra voluptatis, la sombra del placer. Intensidad de los recuerdos, exigencia de los pensamientos, liberación de las emociones, de quien ha sabido mondar con maestría las cáscaras de la tentación.

Si bien el tratamiento que le da a sus escenas, objetos y figuras, suele destacar por el preciosismo de su diseño conceptual: aquí y allá nada sobra, los elementos que deambulan en la geografía intervenida devienen indispensables. 

Frecuentó la escultura con acierto, empero se le nota más a sus anchas en los soportes planos, esos que hizo vibrar hasta hartarse. Se afanó en extraer de las superficies lisas, masas y contornos, pesos, densidades y profundidades. Infante longevo, diseñó sus artilugios para olvidar la circunstancia que lo engullera, que no solía gustarle, polemizó con ella, la transgredió por vocación libertaria. Es –en presente histórico– un compositor de formas desafiantes a toda lógica, se dedicó a trabajar en series que glosan los modos de otros. 

Durante la segunda mitad del siglo XX y hasta su defunción, revela su absoluta entrega a las fatigas del taller y los desvelos del gabinete. Su figura y espíritu combativo causaban escozor en el establishment, eso explica que el Premio Nacional de Ciencias y Artes (2003) y la Medalla de Bellas Artes (2011) se le concedieran tardíamente. 

Es tan grande su legado y tan profunda su influencia en el arte contemporáneo que aguarda ser cabalmente “descubierto” y reconocido en la plenitud de sus méritos y contribuciones. Nuestro fabulador visual es y será un pájaro solitario, en sus composiciones se acoge a los versos de Xavier Villaurrutia: “llegaría, temblando de sorpresa, a inventar la verdad”.

POR LUIS IGNACIO SÁINZ

COLABORADOR

SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM

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