APUNTES DE GUERRA

Deseos Navideños

Mucho odio, poca humanidad, es el panorama del mundo en estos días en que el deber ser está lejos, muy lejos de nuestra realidad que vivimos

OPINIÓN

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Gabriel Guerra / Apuntes de Guerra / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Bien vista, queridos lectores, la Navidad es una de esas celebraciones que trascienden a una sola creencia o denominación religiosa. Simboliza el amor, la empatía, la solidaridad humana, las puertas abiertas al extranjero, la calidez que se encuentra aún en la mayor de las privaciones.

Es también, o debería ser, una fiesta de la esperanza renovada, de la supremacía de lo espiritual sobre lo material, de la disposición al sacrificio propio en aras del bien ajeno.

Para creyentes y no creyentes, para cristianos, judíos, musulmanes e hindús, por mencionar solo a algunas de las más grandes religiones contemporáneas, la ubicuidad de la Navidad y sus símbolos es también un poderoso recordatorio de como hay estados de animo que trascienden a las creencias propias y se contagian, o al menos así es como pensamos, como imaginamos, que debería ser.  

Pero la brecha entre lo que debería ser y la realidad es cada vez más amplia. No me refiero siquiera a la fiebre de consumo que acompaña a estas fechas, ni al materialismo que las rodea. Vivimos en un mundo en que el capital manda, y el capital requiere del consumo generalizado para crecer, para mover los engranajes de la producción, del transporte, del comercio, del intercambio de conocimiento.

Es así, y nada ganamos peleando contra una realidad irrebatible, por lo que mi reflexión no va dirigida a ese aspecto de estas festividades.

No, me importa y me preocupa mucho más la creciente tendencia a la autarquía, al aislacionismo moral que se contrapone brutalmente ya no solo al espíritu de estas fechas, sino a los valores más básicos, más elementales de la humanidad.  
Lo vemos en la tragedia de los migrantes en todo el mundo: millones y millones de desplazados ya por guerras, hambrunas, violencia criminal o desastres naturales.

El colapso de las instituciones básicas en países de África y América Latina se suma a las catástrofes anteriores para orillarlos a la más desesperada de las medidas: abandonar suelo, hogar y comunidad en busca de una vida mejor. La respuesta son puertas cerradas, incluso (o principalmente) en naciones que son producto de la migración, que gracias a ella han subsistido y prosperado.

Se hunden embarcaciones en el Mediterráneo, se ahogan madres e hijos en el Río Bravo, son secuestrados, vejados y traficados en sus trayectos, y la respuesta sigue siendo la misma: la puerta, el corazón y el alma con cerrojos inquebrantables.

Lo mismo con las guerras y el terrorismo: trátese de Ucrania, de Israel o de Gaza, la solidaridad y la empatía solo existen de acuerdo a la preferencia política, ideológica o religiosa de cada quien, a los prejuicios y estereotipos de cada quien. Mucho odio, poca humanidad, es el panorama del mundo en estos días en que el deber ser está lejos, muy lejos de nuestra realidad.

POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS

GGUERRA@GCYA.NET 

@GABRIELGUERRAC

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