EL SARTÉN POR EL MANGO

Turbulencia en Navidad

El panorama turbulento del mundo en el que vivimos, nos obliga permanecer sentados en nuestros asientos con el cinturón abrochado

OPINIÓN

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Paz Fernández Cueto / El sartén por el mango / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

Recibimos la Navidad del 2023 con el corazón abrumado. Cuestiones políticas a nivel mundial como el conflicto entre Israel y Palestina en la franja de Gaza, la guerra interminable entre Rusia y Ucrania, la violencia que sigue cobrando víctimas en nuestro país y, fenómenos naturales devastadores como fue el huracán Otis que arrasó a su paso con Acapulco y las costas de Guerrero, hacen que los festejos de diciembre tengan un sabor agridulce.

Lo cierto es que el panorama turbulento del mundo en el que vivimos, nos obliga permanecer sentados en nuestros asientos con el cinturón abrochado.

¿Cómo ser indiferentes ante la desgracia de quienes perdieron no solamente su hogar y su trabajo, sino también a sus seres queridos?, ¿Cómo festejar en grande frente a las noticias de las matanzas con las que nos amanecemos todos los días?

En situaciones extremas como estas no faltan quienes sacan lo mejor del corazón, como la ayuda voluntaria que se desplegó hacia Acapulco y sus alrededores frente a la indiferencia y reacción tardía del gobierno.

Miles de familias, organizaciones civiles, empresas e instituciones se han volcado en muestras de solidaridad y ayuda con nuestros hermanos de Acapulco. Aunque también, hubo quienes sacaron lo peor de sí mismos lucrando con la desgracia ajena.   

¿Y, qué decir de la guerra que sufren los pobladores en Belén, paradójicamente en el mismo sitio donde los ángeles anunciaran a los pastores la llegada de El Salvador, con el canto que, año tras año, repite la humanidad entera la noche de Navidad: “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad? 

Cómo festejar si en Belén no habrá celebración, si vemos que no hay paz ni buena voluntad entre dos pueblos permanentemente en conflicto, si en la tierra de los primeros adoradores de Dios hecho Hombre, sus habitantes deambulan tristes con la mirada perdida por las calles vacías.

Mientras escribo estas frases se me oprime el alma al pensar en los miles de huérfanos que en la tierra de Jesús han quedado al desamparo, sin casa y sin familia, frente a un futuro que se les presenta cruel e incierto.   

Si la magnitud del huracán Otis nos obligó a pensar en lo inmensamente frágil de la condición humana, la guerra nos enfrenta a una desgracia aún peor: la provocada por la insensatez de los hombres incapaces de lograr la paz anunciada a los pastores la misma noche de Navidad. 

El problema del dolor y el correlativo problema del mal ha supuesto verdaderos quebraderos de cabeza no solo para los no creyentes, sino también para los creyentes.

Nos cuestionamos si Dios que realmente existe, si es omnipotente y cuida del universo, si nos ama como lo ha demostrado, ¿cómo puede permitir semejantes sufrimientos y desgracias?  No es fácil encontrar respuesta a estas preguntas, aunque tampoco nos enfrentamos a una puerta totalmente cerrada.

En la presencia silenciosa de Dios que se encarna en el vientre de María, de este Niño que nace en Belén, es donde se nos revela hasta dónde llega su Amor y compasión por los hombres. 

No fue Dios quien introdujo el mal, ni la injusticia, ni la crueldad, ni los desastres naturales, ni el desorden, ni la angustia, ni el miedo. El universo entero fue creado en perfecta belleza y armonía y, el hombre, obra maestra del Creador — imagen y semejanza Suya— fue destinado a la felicidad, siendo puente de comunicación entre el mundo material y el espiritual, entre lo temporal y lo eterno, entre lo cotidiano y lo trascendente.

Cuando, en pleno uso de su libertad, decide construir su destino al margen de Dios, es decir, darle la espalda al Creador fuente de todo bien y bondad, la más terrible de las desgracias cae sobre la humanidad, arrastrado tras de sí a la creación entera, a consecuencia del maldito desorden que introduce el pecado.

Ni las tragedias naturales ni el dolor provocado por el hombre son queridas por Dios, provienen del mal uso de la libertad, del egoísmo que centra al hombre en sí mismo, olvidándose del Padre común y de sus hermanos.

Dios no abandonó al hombre a su propia suerte. Llegada la plenitud de los tiempos según las promesas, nace Jesús en Belén para salvarnos del único verdadero mal, causa de todos los demás males que es el pecado.

Jesús no vino a suprimir el sufrimiento y la muerte, sino a darles un sentido redentor, cargando sobre sí mismo el castigo que merecían nuestros pecados, muriendo en la Cruz.

La primera Navidad también fue turbulenta. Vaya apuros que pasarían María y José al tener que dar a luz en un establo de animales, o cuando tuvieron que huir a medianoche perseguidos por la policía de Herodes para matar al Niño. 

En esta Navidad, como en la primera, no podemos erradicar la maldad de la tierra, pero sí dar cabida a Jesús en nuestras vidas para que la paz reine en los corazones.

POR PAZ FERNÁNDEZ CUETO
ESCRITORA, ART DEALER, AMA DE CASA Y MAMÁ

PAZ@FERNANDEZCUETO.COM 

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