COLUMNA INVITADA

Legado de la Revolución mexicana

Con la revolución incipiente de 1910 aportó la idea de democracia electoral y de partidos políticos y reforzó el ideal republicano de la periodicidad rotativa del poder público

OPINIÓN

·
Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Han pasado 113 años de que el 20 de noviembre de 1910 hiciera eco –algo tibio, debe reconocerse– el llamado de Francisco I. Madero a levantarse en armas contra la dictadura porfiriana y que, poco a poco, como una vorágine se extendió territorial e ideológicamente en el país.

En un proceso de casi tres décadas –desde el levantamiento de los hermanos Serdán en Puebla y hasta la nacionalización de la industria petrolera por el general Cárdenas en 1938– prohijó el perfil del México del siglo XX y lo que va del XXI.

Con la revolución incipiente de 1910 aportó la idea de democracia electoral y de partidos políticos y reforzó el ideal republicano de la periodicidad rotativa del poder público. Lo anterior, a pesar de que el lema de la no reelección pasara por alto en Juárez, lo enarbolara astutamente Díaz y le costara la vida a Obregón.

Los nuevos aires de la presidencia de Madero con el aura democrática que siempre le acompañara fue insuficiente para mantener el México bronco heredado. Mantener el status quo de las instituciones porfiristas fue lo que, en buena medida le costara la vida y pasáramos a otra etapa del movimiento revolucionario.

La gesta de 1910 nos legó, en consecuencia, un nuevo régimen constitucional en 1917 en el que el Primer Jefe insistió en un apuntalamiento del sistema presidencial por encima del parlamentarismo de 1857 y permitió el cariz social de la educación, el campo y el trabajo obrero deslizados por esos prohombres de la Revolución: Rouaix, Montaño, Mújica, entre otros.

Significó, asimismo, una nueva forma de hacer política en un México de sectores y partido único que empieza en 1928 y que terminó con el inicio la transición política a la democracia en 1977. Lo cual fomentó, tal vez, la más rica transformación institucional político-electoral que hasta la fecha subsiste y en la que 1987, 1991, 1994, 1996 y 2007 son años claves.

La concepción decimonónica eclesiástica y bucólica heredadas de la etapa virreinal dieron un giro en la vida universitaria y en el arte y la cultura, las cuales todas son posrevolucionarias. A casi un siglo de que Vasconcelos al frente de la Universidad Nacional y después en la Secretaría de Educación Pública, aún con los legados positivistas de Sierra y Barreda, configurara el nuevo modelo educativo nacional y el impulso del muralismo que creó una corriente propia con el sello nacionalista plasmado en muros, granito, telas y edificaciones.

Volvió revolucionario lo porfiriano y de ellos dan cuenta Bellas Artes y el Monumento a la Revolución.

El paso de las ideas económicas de Limantour –que debe reconocerse que dejó un superávit de 16 millones de pesos a la conclusión del gobierno de Díaz– a una idea moderna de Banco Central impulsada por Pani.

Ese es el legado de la Revolución Mexicana en la que no basta un mero desfile que no desentraña la profundidad de un significado superior a 113 años ya.