MIRANDO AL OTRO LADO

El pecado de poder y avaricia

El país experimenta una explosión de violencia criminal contra comunidades en todo el país

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al Otro Lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El país experimenta una explosión de violencia criminal contra comunidades en todo el país y de corrupción oficial sin freno. Los dos fenómenos (violencia criminal y corrupción oficial) viven concatenados uno con el otro, como almas gemelas. Uno protege y alimenta al otro, y viceversa. Y crecen ambos a pasos acelerados.

Las autoridades de seguridad del país se reúnen todas las mañanas para conocer la situación de las 24 horas previas, ocurrencias y amenazas. El Presidente ha dicho que en ningún país del mundo, fuera de México, sucede ese tipo de reunión. Pero, a pesar de esas reuniones, la violencia y la corrupción crecen sin freno.

La instrucción a las fuerzas de seguridad del país es muy clara. Contengan, pero no interrumpan, el negocio del narcotráfico en el país. Dedíquense a la construcción, a dirigir empresas y líneas aéreas, a cuidar los puertos y las aduanas y a crear redes hoteleras.

Bajo el manto de secrecía que les otorga la ley de seguridad nacional, podrán disponer de los recursos públicos necesarios para hacer jugosos negocios. Es más, serán ricos. Si el señor secretario se hizo rico en pocos años, al resto de los mandos les espera el mismo brillante futuro.

Desde el oficialismo político se calcula, fríamente, que esos mandos militares serán cómplices de la corrupción a la hora cuando a alguien se le ocurre pedir la rendición de cuentas. Pero si las cuentas le salen bien al Presidente, ya no existirán instituciones con
facultades legales para obligar a la rendición de cuentas. Quienes pidan cuentas tendrán que contentarse con las respuestas dadas, aunque escuetas y sin mayor comprobación.

Igualmente, los militares no podrán protestar ante la proliferación de la corrupción entre individuos o entidades públicas, porque todos compartirán el mismo pecado. Los hijos del Presidente obligan a los restaurantes de la ciudad de México a comprar sus chocolates.

Con esa misma fuerza, hacen que gobernantes estatales les den contratos jugosos a sus amigos, para cobrar, por lo menos, el “finders fee”. Amigos, socios, familiares: todos viven el Año de Hidalgo con singular alegría, alentados por la idea de que el siguiente sexenio será suyo, también. El “Míster Ten Percent” de Raúl Salinas es visto ahora como una tierna ingenuidad.

Para asegurar la continuidad del sistema, el narcotráfico se ha vuelto un “mal” necesario. Al decidir acordar los términos de la “paz narcótica” que rige en este sexenio, una consecuencia fue dar entrada a los candidatos narcos a la política. Se le otorgó el estatus de actor presente y válido en las decisiones políticas y económicas pertinentes en el desarrollo del sexenio. Es un toma y daca. El gobierno tiene que entregar algunos premios a la DEA a cambio de impedir que opere la DEA libremente en el país. Con la DEA fuera de operación abierta, el campo es libre para los acuerdos entre actores “entendidos”.

Al narco se le respeta sus áreas de operación y tránsito, permitiendo la elección de gobernadores, diputados y presidentes municipales amigos para efectos del negocio. Si no en todo el país, por lo menos en estados clave, sí. Así, Guerrero, Michoacán, Jalisco,

Sinaloa, Quintana Roo, Veracruz y Sonora, por mencionar algunos, están dentro del pacto. Hay un entendimiento. No hay DEA y sí hay permiso de tener candidatos ganadores, cobijado por el manto purificador de AMLO y Morena. Los negocios van de un lado a otro.

Los operadores conocidos de Morena, incluyendo a familiares del Presidente, operan un día con autoridades, y, al siguiente, con el crimen organizado, todos en los mismos términos y con la misma familiaridad.

Este es el nuevo modelo de gobernanza que AMLO le está imprimiendo al país. Es un modelo cívico-militar, tomado prestado de los cubanos, quienes así operan, pero con una pobreza material que los mantiene en niveles inferiores de operación y eficacia. Ese modelo cubano de gobernanza nunca se había aplicado en un país con una economía de la escala de México.

AMLO está construyendo una alianza cívico-militar y narco muy elaborada, donde todos deberán rendir cuentas si se desmorona el pacto o se pierde la presidencia. De ahí que la máxima prioridad de los integrantes de la nueva cofradía gobernante es no perder, nunca, el poder.

Algo parecido, aunque mucho más convencional, hizo Carlos Salinas durante su gobierno. Al privatizar empresas estatales, creó una facción nueva de la burguesía mexicana, vinculada a él. De ahí, por ejemplo, emerge la fuerza económica de Carlos Slim.

Pero lo de Salinas fue un acuerdo entre poderes económicos y políticos preexistentes. Nada de militares ni narcos, por lo menos no en la cúpula. Con AMLO están los empresarios y políticos de siempre, pero ahora aliados paritariamente con militares igualmente corruptos que ellos, y también con los siempre incómodos pero necesarios narcotraficantes.

De estas necesidades es que procede la urgencia de desaparecer todos los órganos autónomos, independientes y todo aquello que pudiera representar un acotamiento al ejercicio imperial de la presidencia. Y todo aquello que pudiera representar una exigencia legal por la rendición de cuentas. Porque sus cuentas no cuadran.

No es un accidente que AMLO haya escogido Palacio Nacional como su vivienda. Así se concibe a sí mismo: como imperial, como impositivo, como incuestionable. Según él, con todo el derecho, por los votos que recibió en 2018, a imponerse durante el resto de su vida, directa o indirectamente, en la presidencia del país.

La base de su suposición es que todos en la cúpula del poder económico y político cometieron el mismo pecado de la avaricia y la traición. Metieron las manos en el presupuesto público y ahora no pueden rendir cuentas por el desvío de recursos públicos a sus erarios personales. A los únicos que no les importa eso son los narcos: es su dinero, obtenido a sangre y fuego. No tienen por qué rendirle cuentas a nadie, excepto a sus jefes.

Si Xóchitl gana la presidencia, tendrá que desmontar ese modelo de gobernanza, y se tendrá que lograr a sangre y fuego. Si gana Claudia, ella será rehén y partícipe de un gobierno que ni dirige ni controla.

POR RICARDO PASCOE

COLABORADOR
ricardopascoe@hotmail.com
@rpascoep

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