LA ESCENA EXPANDIDA

Mucho discurso y pocas nueces

El director del Taller Coreográfico de la UNAM, Diego Vázquez, se despidió de la agrupación luego de cinco años de dirección artística; la última función fue en el Palacio de Bellas Artes

OPINIÓN

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Juan Hernández / La escena expandida / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Diego Vázquez (Ciudad de México, 4 de julio de 1981) se despide de la dirección artística del Taller Coreográfico de la UNAM de la misma manera como llegó: con mucha palabrería, un discurso arrogante, “y muy pocas nueces”. Este lunes 11 de diciembre, el Palacio de Bellas Artes fue el recinto en el que el bailarín y coreógrafo, conocido por su quehacer en la compañía Laleget Danza y por su trabajo en Europa, tomó el micrófono para, desde luego, llenarse de gloria, ante la complacencia de una audiencia que era más porra que público; o al menos no era el público que universitario, que por décadas tuvo el TCUNAM.

Cinco años apenas al frente de la compañía universitaria y el artista llegó al Palacio de Bellas Artes a hablarnos de su legado. En pocas palabras, Vázquez borró por completo a la danza mexicana, para echarse un discurso eurocentrista en relación con la visión de lo que la danza debería ser para poder tener un lugar importante en el mundo. Así nomás.

 Sus palabras  no dejaron duda de que para ser reconocido hay que bailar obras, desde luego, de creadores extranjeros, que según él son los que están actualmente “rompiendo” todos los esquemas y renovando a la danza de nivel mundial.

Híjole, pesadito el creador, que si bien nació en CDMX, mucho le gusta hablar de su vida en Europa y en Bélgica, en particular. De por allá se trajo algunas coreografías de sus amigos, a los que admira, porque aquí en México al parecer, no encontró talento a su nivel. En fin, qué pensarán los que le eligieron para dirigir esta gran empresa artística, sin tomar en cuenta el perfil de Vázquez, que andaba muy comprometido, viviendo la vida en el viejo continente.

Interesante hubiera sido que esos coreógrafos vinieran a México, a dar clase, ensayar con a la compañía, montar obras con el tiempo suficiente para realmente generar una empatía y colaboración creativa con los integrantes del TCUNAM.  Pero no. Mejor pagar los derechos de sus obras para imponerlas a los bailarines que, como vimos, las ejecutan sin la menor emoción.

Es una pena que Diego Vázquez se vaya así, sin dar cuentas claras sobre la diferencia artística entre la compañía que recibió y la que deja. Porque, claro, en su discurso todo es avance, pero eso no es lo que se constató en la función, en la que se presentó el programa New World, integrado por las obras: Only fools Rush in, de Julián Nicosa; Mottati, de Diego Vázquez; y el estreno en México de Extracto de Orbo Novo, de Sirbi Larbi Cherkaoui.

Si como dijo Diego este programa representa su legado al Taller Coreográfico de la UNAM, luego de cinco años al frente de la Dirección Artística, pues no vemos más que retroceso. Un programa sin alma, en la que los bailarines ejecutan como autómatas estas obras, con las que no parecen estar nada a gusto, porque no lograron identificarse con ellas. Y no por nostalgia, sino por falta de elementos, que sólo son dados por un proyecto artístico sólido.

Verdaderamente esperábamos que luego de la larga dirección artística de Gloria Contreras (q.e.p.d), hubiera un cambio importante, una renovación del proyecto artístico del TCUNAM, para revitalizar a la compañía. Pero esa es todavía una deuda pendiente.

Vimos a una compañía cansada, desgastada, una vez que se levantó el telón de Tiffany del Palacio de Bellas Artes. Bueno, el bailarín llegó al exceso de explicarle al público de qué tratarían las obras, por aquello de que no fueran a entender, porque…. aquí no es Europa.

El tema es que su programa New World no tuvo nada de nuevo, tampoco significó una demostración de lo mejor de la danza europea, que la conocemos y, simplemente, no estuvo ahí. Se trató de piezas con lenguajes rancios, que en varios momentos se apropiaron de movimientos de piezas emblemáticas de quienes sí renovaron el arte de la danza y la técnica clásica en el siglo XX. Solo por mencionar a uno: Maurice Béjart, con Bolero, y música de Ravel, una pieza que ha trascendido el tiempo, y de la que, sin pudor alguno, se tomó una secuencia de movimiento, a todas luces reconocible. ¿Influencia, homenaje o simplemente copia del legado de este sí un creador genial del siglo pasado?

Lamentable la creatividad de Vázquez y los montajes elegidos, según él, entre lo mejor de lo que se hace en Europa (desde acá mandamos una disculpa a los creadores europeos por este improperio del mexicano), dejaron bastante mal parada a la danza del viejo continente. Pero todavía peor quedó la reputación de Vázquez al frente del Taller Coreográfico de la UNAM; compañía que sigue a la espera de un proyecto artístico que ofrezca desarrollo creativo, que posicione a la compañía ya no digamos en el plano nacional o internacional (como aseguró que lo haría Vázquez cuando asumió la dirección en el 2018), al menos que le devuelva a la agrupación la influencia que llegó a tener entre el público universitario, al que Gloria Contreras conquistó con sus temporadas semanales en el Teatro Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura.

Tan mal deben estar las cosas en la danza universitaria, que no vimos funcionarios de la Dirección de Danza de la UNAM, o alguna otra representación de alto nivel de la máxima casa de estudios. 

Podríamos hacer un análisis de las obras de manera precisa, pero es que no dan para tanto. Solo un ejemplo: Mottati, de Vázquez, según explicó él mismo, se trataría de una obra sobre abatir la represión del placer, y darle gusto al gusto, como reza el dicho popular; y sus personajes serían Eros y Tánatos, o sea el erotismo y la muerte. Pues vaya que Eros era un personaje con un vestuario blanco, y una peluca estilo drag, que poco inspiraba al amor y menos al deseo; y el personaje del instinto de la muerte, vestido de negro, no provocaba ninguna emoción porque su representación era no sólo inconsistente, sino poco creativa. En medio de esos dos personajes, el ser humano se balancea, para dejarse correr como el agua.

El personaje del ser humano balanceándose lo interpretó Diego Vázquez, que dejó claro que al menos desentrenado está. Había mejores bailarines que pudieron hacer esa escena al menos con decoro; pero no, Diego, obstinado, se puso en el centro, como el protagonista que es. Y como protagonista desentrenado, se dio la estocada él mismo. No logró levantar su cuerpo en la cuerda, ni llegar al círculo en el telón sobre el que chocaba al balancearse, para generar esa imagen “poética”, que se difunde en foto por la producción.  

Dos horas de función, sólo para tener claro que el Taller Coreográfico de la UNAM y la danza universitaria en estos cinco años, retrocedieron. Elementos de muestra hay de sobra. Ojalá la Coordinación de Difusión Cultural tome cartas en el asunto y pase de la retórica a la planeación y ejecución de un proyecto que le dé brillo a la máxima casa de estudios en el ámbito del arte coreográfico.

POR JUAN HERNÁNDEZ

COLABORADOR

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