CONFLICTO EN MEDIO ORIENTE

Israel me cambió a 60 días de la Guerra

El 7 de octubre fue un parteaguas, no solo para Israel, sino para los judíos del mundo

OPINIÓN

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Judith Romano/ Opinión, El Heraldo de México Créditos: Especial

Quienes me conocen saben que soy una mujer de paz. Siempre he creído que todo es posible, que la educación es nuestro mejor aliado y pensaba que la humanidad estaba unida en un tren de progreso, buscando el bien común, ético y universal, sin embargo, el 7 de octubre fue un parteaguas, no solo para Israel, sino para los judíos del mundo. 

En mi fuero interno siempre pensé que la paz era alcanzable, que tomaría tiempo, como los 40 años que los judíos caminaron en el desierto hasta llegar a la tierra prometida alistando el alma, sin embargo, lo que vi me deja con poca esperanza. La maldad más pura, más inconcebible, más desastrosa, la humanidad sigue en la barbarie.

Hogares incendiados hasta el suelo con los habitantes dentro, ancianos enfermos, agricultores, jornaleros tailandeses. Todos quemados hasta el punto del no reconocimiento. Requirieron no del servicio forense, sino los servicios de arqueólogos para reconocer los restos. Familias ocultas en sus "safe house" cruelmente chantajeadas por los mismos palestinos que unos días antes trabajaban con ellos: ”abran, abran la puerta, soy Omar, me van a matar? y al abrir la puerta los entregaba a los terroristas que obligaban a los hijos a mirar mientras acribillaban a sus padres. 

¿Hasta dónde llega la insensibilidad que los sanguinarios que después de matar se sentaban en la cocina a tomar Coca Cola mientras los hijos o sobrevivientes observaban?

Al llegar a los kibutzim percibí el tipo de gente que en ellos vivía. Era gente afable, comprometida con el proceso de integración, sus casas llenas de símbolos de paz y unión, gente que como yo creía en el sueño y creaba oportunidades para sus vecinos, que coincidentalmente eran palestinos. 

El resultado: mil 400 muertes, dos mil hogares destrozados, 220 mil ciudadanos desplazados, 21 huérfanos de padre y madre y 105 huérfanos de uno de sus progenitores, 137 aún secuestrados de quienes no sabemos si aún están con vida o en qué condición se encuentran. Sus padres, con quienes nos reunimos, reclaman al gobierno no detener las negociaciones. Quieren a sus hijos de vuelta, “AJSHAV, AJSHAV, AHORA, AHORA”, llevan 55 días gritando a todo pulmón. Sus almas reclaman su liberación hoy, no mañana. Hoy ya se sabe de las condiciones tan deplorables en que se encontraban los secuestrados que ya fueron liberados, un día más en cautiverio es un día demasiado tarde para su cuerpo y su alma.

El arma sexual fue utilizada en todas sus formas: la violación, la pedofilia, el “gang rape”, la necrofilia, la mutilación de partes para la diversión, la exhibición de los cuerpos mutilados por todos los barios como trofeos de guerra. El 75% de los palestinos lo celebraron, lo aplaudieron, aprueban a Hamás.

Y qué decir de Sderot, una ciudad fantasma, abandonada, evacuada en su totalidad por la cantidad de cohetes que caían diariamente. Los habitantes contaban con 7 segundos para llegar a los cuartos blindados, y el “sábado negro” representó para ellos la pérdida de 57 de sus habitantes, entre los cuales cayó, casi en su totalidad, el cuerpo de policías que murió defendiendo a la ciudadanía. Hoy son familias completas que viven repartidas por todo el país en cuartos de hotel que tendrán que ser su hogar, junto con sus hijos y mascotas, por meses.

¿Alguna vez han visto un cementerio de automóviles? Sí, se le llama cementerio, ya que es aquí a donde los padres vienen a reconocer los autos para entender si sus hijos viajaban en ellos. Para su sorpresa y la nuestra, los autos están totalmente inmolados que es imposible siquiera leer el número del chasis. Son solo fierros viejos y retorcidos que casi no asemejan ser un automóvil. No puedo ni imaginar el sentimiento de vulnerabilidad, indefensión e impotencia que estos jóvenes debieron sentir. ¿No es esto la maldad más pura? Cazarlos como si fuesen animales, a jóvenes que escapaban de un concierto para salvar la vida.

En el kibutz Kfar Aza, el tiempo se congeló el día 7 de octubre. Nada volvió a ser, a sonreír, a respirar. Vimos las casas de cientos de kibutzianos congeladas en el tiempo. Las hojas del otoño/invierno en el piso, los árboles cargados de frutos sin recoger, la fruta podrida en la tierra porque ya no quedaron manos para atender, las bicicletas a medio camino de gente que trató de escapar. Todas las casas marcadas en sus puertas con un círculo rojo e indicaciones puestas por el ejército para indicar a ZAKA si esa casa ya había sido revisada, si ya era segura, si en ella había cuerpos y dónde encontrarlos.

La sección más derruida es la sección de los jóvenes o recién casados. Aquí no quedó señal de vida. Se encargaron de aniquilar la continuidad. Las casitas, impresionantemente pequeñas, fueron bombardeadas con granadas incendiarias y acabaron en ceniza cualquier cosa que pudiera prender. Algunos platos de Shabat aún en los fregaderos y la pequeña sucá aún de pie desafiando al destino; ya nunca se recogió. Sigue ahí parada, como símbolo de nuestras tradiciones y resiliencia. El silencio es abrumador. No hay que decir. No hay explicación. Sencillamente, al final un Kadish por los que ahí fallecieron y un Hatikva por los que han de venir.

Afortunadamente y gracias a la inteligencia de quienes nos guían, nos llevan a ver lo más valioso de Israel, el baluarte israelí, la ciudadanía. En una gran carpa montada en mitad de la nada, decenas de ciudadanos dan de comer, atienden y acompañan a cientos de soldados. Hamburguesas recién hechas por la mano de una niña de 8 años, una biblioteca móvil, peluquería, helados y café, un buen partido de ajedrez o damas chinas, un masaje o reflexología. Aquí nadie se queda atrás. Se escucha la música, se siente el compadrazgo y por un momento todos olvidamos que estamos en guerra. Se acercan varios soldados a nosotros curiosos de saber quiénes somos y al oír que venimos de Latinoamérica, se sorprenden, nos abrazan y nos agradecen. Escuchamos una y otra vez: "Kol Israel Arevim Ze Laze".

El cielo llora en este momento, al igual que yo. Sin entender dónde acomodar este odio que ahora siento. ¿Cómo acomodar a todas estas madres y padres que claman por sus hijos? ¿Cómo limpiar la inocencia rota del niño que fue secuestrado y drogado? ¿Cómo borrar de sus cuerpos las manos callosas e insensibles que al montarlos en la moto ponían su piernita en el escape para dejarlos marcados? ¿Podrá el agua sanar el alma como la mikve que renueva el ciclo de la mujer? ¿Podrá el agua limpiar las manchas de sangre en las paredes, sillones y colchones donde las familias dormían? ¿Podrá el agua sanar las cosechas abandonadas? Que llegue el agua a todos los rincones de esta gran nación y purifique las almas en pena, tristes y desgarradas. Que el agua llegue a todos esos campos que llevan meses desatendidos. Que el agua llegue hasta los cautivos a quienes no se les da de beber. ¿Podrá esta lluvia ayudar a borrar de mi mente ese momento maldito todas las mañanas cuando se pronuncia el nombre de los solados caídos en batalla el día anterior? 

Hombres y mujeres que ayer eran conductores, banqueros, veterinarios, pensadores, estudiantes, taxistas o libres pensadores, hoy están en uniforme verde defendiendo nuestra patria. Es a ellos a quienes nos debemos. La lluvia cae más fuerte en esta tierra que demanda justicia, que necesita del agua para calmar la sed. ¿Dónde estuvo el gobierno?, clama la ciudadanía, su compromiso, su tarea era el cuidarnos. ¿Dónde está la sensación de seguridad que siempre nos vendieron? 

Lo que sí me queda claro después de esta cruda realidad es que el pueblo de Israel es solo uno, vivamos en Israel o en la diáspora, nos necesitamos los unos a los otros. ¿Qué sería de mí, de mis hijos o nietos, sin la existencia de un Israel fuerte que representa nuestros valores más intrínsecos? ¿Y qué sería de Israel sin la fuerza, solidaridad y compromiso de quienes, por un accidente del destino, nos toca vivir lejos de la tierra que se apodera de nuestros corazones? A pesar de todo, Israel es un país vivo, palpitante, libre y lleno de oportunidades. Debemos todos adquirir nuevamente el compromiso de comprender el porqué de la existencia del estado judío, de nuestra historia y lo que nos trajo hasta aquí. Debemos reavivar la llama que como hermanos nos une y levantar nuestra voz alta y clara donde seamos escuchados. Recuerden que el silencio siempre ayuda al opresor y no al oprimido.

Comencé esta reflexión diciendo que es poca mi esperanza, pero como digna hija de mi pueblo, pido a Dios que la esperanza sea lo último que en mi muera y que muera solamente cuando yo haya muerto. Agradezco la increíble oportunidad de haber conocido a Ami Hayalon, que dijo o yo intérprete de sus palabras el siguiente concepto: “Israel pelea en un mundo de ideas, y es mi pensar que Israel tendrá seguridad cuando nuestros vecinos tengan esperanza.” Quiero pensar que la nación judía resurgirá como el ave Fénix de las cenizas y nuestra alianza entre hermanos y D-os será más fuerte que nunca; después de todo, el Himno Nacional Israelí (Hatikva) significa “La Esperanza”.

Y con esta frase de Rosenweig termino: “Por la muerte, por el miedo a la muerte empieza el conocimiento del Todo. De derribar la angustia de lo terrenal, de quitarle su aguijón venenoso y su aliento de pestilencia al Hades, se jacta la filosofía. Todo lo mortal vive en la angustia de la muerte; cada nuevo nacimiento aumenta en una las razones de la angustia, porque aumenta lo mortal… El hombre no debe arrojar de sí la angustia de lo terrenal: el miedo a la muerte debe permanecer.”

Judith Romano de Achar, creadora de Fundación Mitz

edg