MALOS MODOS

“Mundo Pixar”: de viaje a los 70

La expo de Pixar que puede verse en Madrid por estas fechas me hizo volver a la infancia

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La expo de Pixar que puede verse en Madrid por estas fechas me hizo volver a la infancia. Ya sé: van a decir que las fechas no dan.

Que es imposible, por mi edad, que haya visto películas de esa compañía cuando niño, y es cierto. Lo que me hizo sentir así es que los pasillos del Recinto Ferial madrileño contienen algo que se parece mucho a los salones de fiestas de los 70, con mucho cartón piedra y acabados malísimos; al legendario Cine Continental, con esos muñecos de Disney tan deficientes; y tal vez a la extinta Feria de Chapultepec, por la rusticidad tecnológica, particularmente –dice bien mi mujer– a la Cabaña del Tío Chueco.

¿Qué cambia? Evidentemente, primero, que los muñecos son de Pixar. Sobre todo, cambia el precio. Si eres uno de los muchos mexicanos que visitan recurrentemente la capital española, considera que los 40 euros por persona que cuesta este túnel del tiempo dan para varios vinos y unas cuantas tapas de buena calidad en un bar. 

No hace falta decir que, a priori, Pixar más que justifica una visita. Esos chicos son, después de todo, responsables de unas cuantas obras maestras de la animación y de otro puñado grande de películas que califican de muy notables: dos o tres de la serie de “Toy Storie”, “Ratatuille”, “Up” o “Nemo”, por ejemplo.

No hay tampoco razones para esperar una museografía sofisticada y brillante que te lleve de la mano por la tremenda creatividad del estudio. Después de todo, la publicidad habla claramente de una “experiencia inmersiva”. El problema está justamente en ese término: “inmersiva”, al parecer, es una palabra muy manga ancha.

Lo que uno espera, y supongo que a los lectores les pasará igual, es algún frívolo y agradable despliegue de alta tecnología: sonidos impresionantes, realidades virtuales de lo más creíble, altas definiciones. Cosas así. Bueno, ni –nunca mejor dicho– sus luces. Lo que te encuentras es una sucesión de maquetas aquejadas de gigantismo, película a película, con una factura de veras pobre. Nada más.

Particularmente llamativos son el cuarto dedicado a “Ratatouille”, con ese cucharón y ese rodillo que Dios mío, y el altar de Coco. Que el cempasúchil los perdone. ¿Que los niños, muchos, se la pasan de maravilla? Pues sí. Es lo bonito de ese momento de la vida: los chicos no necesitan mucho para ser felices, entre otras cosas porque no necesitan siquiera pagar los 40 euros.

Para eso están mamá y/o papá. Por si fuera poco, tampoco hay mucha libertad que digamos para tomarte fotos. No está permitido subirse, meterse o treparse a casi nada. 

Con todo, la exposición puede tener sus virtudes. Se me ocurre esta: es un área de oportunidad para Joserra, nuestro Bodocón. La fiesta infantil que armó hace unas semanas tiene, créanme, valores de producción mucho más elevados. Pixar podría hacer un fichajazo. 

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR

@JULIOPATAN09

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