COLUMNA INVITADA

¿Y a mí qué me importa?

Es crudo decirlo, y es desagradable escucharlo, pero para un buen número de mexicanos

OPINIÓN

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Guillermo Lerdo de Tejada / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Es crudo decirlo, y es desagradable escucharlo, pero para un buen número de mexicanos, quizá para la mayoría –de todos los sectores sociales, niveles educativos e inclinaciones políticas– la forma dominante de pensar parece ser: “mientras a mí no me afecte en mi situación personalísima, realmente no me importa lo que pase con el país”.

Porque sí: nos quejamos, mucho, cada día, de lo que ocurre en México. Pero nuestra indignación es selectiva y pasajera; nuestra disposición a participar en las soluciones es inconstante; nuestro compromiso cívico es superficial, y a veces francamente coreográfico.

Que tantos universitarios –ese sector informado que debiera ser la consciencia crítica del país– no denunciaran los abusos del gobierno, o incluso los defendieran, hasta que el abuso les tocó sus instituciones y arrasó sus presupuestos, dice mucho de nuestro ethos nacional.

Que López-Gatell sea aspirante a gobernar la Ciudad de México, donde miles de personas murieron por un manejo criminal de la pandemia; que el Congreso niegue dinero a los damnificados y lo use para los caprichos del Presidente; que no reciban a las familias de las víctimas de la violencia, mientras usan las tribunas para hablar de ovnis. Que toleremos tan pasivamente estas y muchas otras humillaciones; que ya ni siquiera nos incomoden tantas indignidades, dice mucho de nuestra indolencia y tenue fibra moral.

Que Guerrero esté devastado, que persista el desabastecimiento de medicinas, que la violencia no cese, que se viole la Constitución, que el Presidente responda a todo contando chistes, que a tanta gente le parezcan graciosos, que a la mayoría simplemente no le interese, y que la minoría indignada canalice el enojo de cualquier forma, menos con el engorroso trabajo de la organización y la movilización, dice mucho de nuestra resignación y apatía colectivas.

Que marcháramos en defensa de la democracia. Que se presumiera esa marea rosa como catalizador del Frente Amplio: “¡al fin, una oposición unida, viable!”, se celebró en Twitter, y en los chats. Pero que, al ser convocados al registro para su elección primaria, la participación fuera más o menos del 2%, dice mucho de lo que entendemos por hacer política ciudadana, y hasta donde estamos dispuestos a tomarnos la molestia de hacerla.

Hace un año, en estas mismas páginas preguntaba ¿qué se necesita para que nos indignemos y reaccionemos? (https://bit.ly/47lYFJR). Hoy, queda la sensación de que nuestro sentido del agravio es minimalista, y sólo se activa cuando algo nos afecta de forma directa. En cualquier otro caso, nuestra indignación es remota, fugaz, y muchas veces estética. Nos pone más cerca de querer cantar el cielito lindo que de involucrarnos con las soluciones.

“Me dueles, México”, decimos, pero ¿no podría alguien más arreglarte? “Dueles, México”, repetimos; pero dueles a lo lejos y ya pensándolo bien, mientras a mí en lo personal no me duela, ¿qué me importa? Por supuesto, hay muchas mujeres y hombres profundamente comprometidos, que trabajan cada día para cambiar nuestra realidad. Pero pienso aquí no en esas personas excepcionales, sino en el ánimo general que predomina en el país. Yo no quiero ver un México dividido, pero tampoco indolente. No creo que debamos estar permanentemente enojados, pero sí sanamente indignados. Nos dirigimos a una elección trascendental en 2024, y vale la pena recordar que las mayorías aritmético-electorales se aglutinan primero como mayorías morales. Veremos.

POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE 

COLABORADOR

@GUILLERMOLERDO

MAAZ