ARTE Y CONTEXTO

Cuando la muerte nos regala vida

La ciudad me pareció alucinante, el impacto visual de todo aquello que estaba viendo me pareció una gran revelación

OPINIÓN

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Julen Ladrón de Guevara / Arte y Contexto / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Hoy es día de los fieles difuntos y desde temprano estoy buscando mi diadema de flores con plumas y luces, los guantes largos de red y mi maquillaje de catrina para darme una vuelta en el panteón Jardín de la CDMX, y es que esta es la temporada del año que más disfruto por muchas razones. Me trae buenos recuerdos a nivel vivencial, emocional y estético, además me encanta ir de compras a las romerías de los mercados, sobre todo a la del mercado de Jamaica, que es una de las mejores que tenemos aquí porque es enorme y prácticamente hacen una instalación de arte para con los objetos que compraron para revender los comerciantes en sus viajes a Michoacán, Puebla, Estado de México, Veracruz y demás estados donde la tradición está a flor de piel.   

Mis primeras memorias se ubican entre los pasillos del mercado de Coyoacán, cuando los dulceros llenaban sus puestos con calaveritas de azúcar, de chocolate, de gomita o de amaranto; con unos mini ataúdes que me divertían mucho porque tenían una calaquita que se levantaba bruscamente si jalabas un hilo que salía de la caja; con unas pequeñas coronas de muertos; platillos con arroz y mole falsos; panes miniatura y demás curiosidades para colocar en la ofrenda, cosas todas que siguen vendiéndose hoy en día. Recuerdo en especial un local con la mejor mercancía cuya dueña era grosera y malhumorada. Todavía puedo ver su cara enmarcada por un pelo pintado de negro berenjena que recrudecía sus facciones. La pobre sufría mucho porque al ser tan atractiva su vitrina, todos los niños nos amontonábamos para ver pero sin comprarle casi nada. Nos odiaba, pero eso era parte de la experiencia. 

Lo segundo en orden de aparición afectiva es el descubrimiento de Oaxaca en temporada de muertos. La ciudad me pareció alucinante, el impacto visual de todo aquello que estaba viendo me pareció una gran revelación. Los panteones, la fiesta y lo mejor que esa ciudad tenía que ofrecer en esta temporada la conocí de la mano de mi hermana Miriam, la artista  de la familia, siempre con su rebozo de guajolote que me parece tan elegante, quien me llevó a todos los panteones que pudo y me presentó a sus amigos.  

El impacto estético y auditivo que conllevaba la fiesta en sí me regalaba una sensación de estar más viva que nunca por lo feliz que me sentía, incomparable con otras impresiones similares. Nunca antes y difícilmente después he vivido una experiencia así, porque es algo que se quema como cartucho de dinamita por ser la única primera vez. Todavía puedo escuchar el retumbar de los cánticos de lamento de una pequeña capilla al interior de un camposanto, donde los deudos forman con piedras las siluetas de tortugas y de otros animales. Eso y las llamas furiosas de los cirios artesanales me calientan el corazón cada vez que lo recuerdo. 

Después descubrí Michoacán y literalmente, ya nada fue igual. En un momento de mi vida fui contratada por una agencia de RRPP y me dieron la cuenta de ese estado, donde conocí a Cynthia Martínez, una mis personas favoritas y gran amiga, a quien llevo siempre muy cerquita del corazón. Con ella comprendí el valor de las cocineras tradicionales y su función en la vida después de la muerte. Me parece que probé todos los platillos de estas fechas en pueblos maravillosos como Tripetío, Tierra Caliente, Santa Fe de la Laguna y muchos más que tienen su propia manera de trabajar con los ingredientes. 

Al tiempo que Michoacán se apropiaba de mí a través del estómago, crecía mi incredulidad por todo lo que veía en las casas con ofrendas y en los panteones, donde las tumbas se arreglan con los arcos de las ánimas hechas de Tule, con el fuego de las veladoras, con el deslumbrante colorido de los arreglos tan hermosos como vastos. En fin, es muy poco lo que puedo platicar por lo difícil que resulta describir lo inefable, lo que no tiene palabras existentes para mí, lo que significa la muerte en un país donde los vivos nos tenemos que aferrar a nuestras tradiciones para seguir manteniendo la fe en un futuro mejor, sólo podamos alcanzarlo en el otro mundo, donde todo estará mejor.

POR: JULEN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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