PORTAZO

La investidura en segunda fila

Quien se viste y reviste internamente (inviste) con los símbolos externos del poder político legal. Y nuestro Presidente, cuando llega contra las cuerdas a la esquina del pleito, sube la guardia y arrinconado se refugia en la investidura

OPINIÓN

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Rafael Cardona / Portazo / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Un concepto y dos fotografías.

Lo primero: la INVESTIDURA, así, con mayúsculas.

Ese conjunto de liturgia e indumentaria cuya intención esencial —en una ceremonia asaz especial también—, es distinguir entre quien manda y quien obedece.

La testa coronada, el bonete de los cardenales; la banda presidencial de los presidentes republicanos, la toga del juez, el mazo de la Corte; el bastón de mando de los pueblos indígenas; la mitra y el anillo papal, el traje de luces en la tauromaquia —si vamos al extremo—, la tiara de Miss Universo, los entorchados de los generales, las estrellas en el uniforme, los signos cuya elocuencia silenciosa expresa las dignidades y compele a la reverencia.

Todo ese conjunto crea una atmósfera en torno de quien recibe la investidura. Quien se viste y reviste internamente (inviste) con los símbolos externos del poder político legal. Y nuestro Presidente, cuando llega contra las cuerdas a la esquina del pleito, sube la guardia y arrinconado se refugia en la investidura. A cada rato.

—¿Porque no va a las colonias desastradas de Acapulco?

—Para evitar a los emisarios de la TV y los medios mercenarios cuya animosidad con micrófonos y cámaras le falten al respeto a la investidura, no a mi persona. Y con esa salida se escurre de una responsabilidad. Pero la desgracia aumenta. Y él se alza de hombros.

Sin embargo, en tiempos recientes dos han sido las pedradas contra el esmalte y el dorado de la investidura. Ambas quedan en sendas fotografías.

La primera: un (no) todo terreno del Ejército Mexicano se atasca como si fuera una excursión de boy scouts en la carretera fangosa. Ninguno de los 17 testigos del percance —incluido el Presidente, quien mira impotente por la ventanilla— se atreve a ordenar el uso del “winch” o garrucha delantera para sacar el vehículo del ridículo lodazal. La investidura de barro. 

La segunda.  Afirma el Presidente, el pasado septiembre en un exaltado momento de solidaridad populista hacia su amigo, el pobre diablo Pedro Castillo, defenestrado y puesto en rejas en el Perú, su ausencia de la cumbre del Pacífico, porque no quiere encontrarse con la espuria presidenta Dina Boluarte. 

Pero las presiones internacionales lo empujan a San Francisco, donde se realiza la cumbre, y a pesar de haber anunciado su rechazo a una fotografía con doña Dina, con la misma vehemencia de la ausencia incumplida, el asunto no camina y termina con cara de ofendida investidura, muy serio en la fotografía oficial de la junta… pero en la segunda fila.

—¿Y para eso tanto alarde, tanto desplante? 

Son las cosas de la investidura, cuando se pone “investi-blanda”.

POR RAFAEL CARDONA

COLABORADOR

@CARDONARAFAEL

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