COLUMNA INVITADA

¿Se te pasó hacerte la mastografía? No estás sola

Después de algunos acomodos, más o menos bruscos, se te advierte que te quedes quieta, mientras la segunda placa acrílica comienza a prensar tu seno contra la primera

OPINIÓN

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Margarita Martínez Duarte / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Hasta que alguien tenga la bondad de inventar una herramienta diagnóstica más amable, la Organización Mundial de la Salud aconseja que las mujeres nos hagamos una mastografía bianual, a partir de los cuarenta años de edad. Esto es un problema, porque todavía no ha caminado mujer sobre la tierra que no deteste hacerse una mastografía. 

Tenemos razones legítimas para odiar ese estudio. De entrada, es extremadamente raro que se nos explique en qué consiste una mastografía, antes de realizárnosla. Lo que suele ocurrir, en cambio, es que llegas a tu cita y empiezan a darte órdenes. Cuando te das cuenta, te encuentras de pie, con el torso desnudo, en mitad de una habitación gélida y sin ventanas, frente a una máquina enorme que parece salida de una nave espacial. En esas condiciones, te ordenan que des un paso al frente y te sujetes de una agarradera casi inalcanzable. La máquina gira con cierto estruendo y te ofrece una especie de brazo que termina en dos placas de acrílico transparente. Alguien toma uno de tus senos y lo coloca sobre una de las placas. Si bien te va, te piden permiso y lo hacen con cierta suavidad; si no, sencillamente te lo sacan de la bata de papel, que antes te obligaron a ponerte, y se desesperan al confirmar que tu seno está adherido al resto de tu cuerpo y no es un apéndice desmontable que puedan manipular enteramente a su antojo. 

Después de algunos acomodos, más o menos bruscos, se te advierte que te quedes quieta, mientras la segunda placa acrílica comienza a prensar tu seno contra la primera. Conforme tu seno es aplastado, se te obliga a mantener el rostro volteado hacia la pared, casi al punto del tortícolis. En el momento en que sientes que el dolor ya es demasiado y piensas que la presión no puede aumentar más, te equivocas: la presión aumenta. Cuando la máquina tiene tu seno suficientemente apachurrado, te ordenan que realices la proeza, digna de una yoguini, 

de cesar de respirar. En ese momento se toman las imágenes, mismas que se revisan y repiten hasta que resultan aceptables, lo cual puede implicar pasar una y otra vez por el mismo proceso. Esto incrementa progresivamente el dolor físico en los senos, al igual que las tensiones musculares, provocadas por las difíciles posturas que hay que sostener durante el 

estudio. El estrés y el cansancio emocionales aumentan también, tanto en la mujer que está siendo examinada, como en el personal médico encargado de llevar a cabo la prueba. Minuto a minuto, el aire en la habitación se enrarece. No hay escapatoria para nadie, hasta que la prueba termina. 

De acuerdo con las pocas investigaciones que se han realizado al respecto, las mujeres experimentamos varias emociones intensas al hacernos una mastografía. Las principales son:  ansiedad, miedo, impotencia y vergüenza. La forma en que vivimos la experiencia depende de varios factores, entre ellos, el nivel de trauma con que llegamos. Si alguna o varias mujeres  de nuestra familia han muerto a causa del cáncer de mama, la manera en que encaramos una mastografía pasa por la pérdida y el duelo. Si la relación que tenemos con nuestros cuerpos se ha visto afectada por experiencias traumáticas, como la violencia física o sexual, esto  incidirá en nuestra capacidad de procesar la mastografía, donde nuestro cuerpo es tocado y manipulado por otra persona, produciendo incomodidad, dolor y sentimientos de impotencia. 

La consecuencia, generalmente innombrada, de una mastografía puede ser revivir eventos traumáticos del pasado. ¿Quién, en su sano juicio, desea eso? 

No es fácil, pues, decidirse a pasar por esta experiencia. Para que las campañas de prevención del cáncer de mama funcionen, hay que entender eso. Partiendo de ahí, surgen otro tipo de preguntas. Por ejemplo: ¿cuáles son las necesidades físicas y emocionales que tenemos las mujeres acerca de las mastografías? ¿Será posible satisfacer algunas de estas necesidades, haciendo la experiencia más llevadera? ¿Qué pasaría si elimináramos la rudeza innecesaria de los regaños, jalones y maltratos que comúnmente recibimos, en circunstancias de tanta vulnerabilidad? ¿Y si alguien se tomara la molestia de explicarnos cómo funciona el  mastógrafo? ¿Y si el personal médico a cargo del estudio fuera sensible al trauma, la violencia de género, la neurodiversidad y padecimientos tales como la depresión y la ansiedad?  

Se nos recomienda que nos hagamos el estudio cada dos años, a partir de los 40, porque la mastografía sigue siendo el instrumento más eficaz y costeable para detectar cáncer de mama. En algunos casos, como cuando existen antecedentes familiares u otros factores de riesgo, es 

posible que se nos sugiera empezar más temprano con los chequeos y realizarlos con mayor frecuencia. Ni modo. Podemos soñar con el día en que se invente un examen distinto, menos doloroso e invasivo. Podemos colocar ese sueño en la misma vitrina donde atesoramos otro, el sueño más grande de todos: la invención de una forma de revisión ginecológica que no incluya estribos, espejos ni “patos”. Hasta que nuestro anhelo de una medicina más respetuosa y empática con todos los cuerpos, especialmente los cuerpos de las mujeres, se 

materialicen, tenemos que hacernos cargo de nuestra salud, lo mejor que podamos.  

A continuación, comparto 6 estrategias que utilizo para acompañarme, cual, si fuera mi mejor amiga, antes, durante y después de una mastografía. Tal vez te inspiren a sacar tu cita. 1. Autoempatía. Todas las emociones que experimento en torno a la mastografía son legítimas, válidas y naturales. Me permito sentirlas. Identifico las sensaciones corporales que acompañan esas emociones. Nombro las sensaciones y las emociones. Muchas veces me ayuda escribir al respecto. 

2. Necesidad. Me pregunto qué necesito yo, más allá de lo que dicen las autoridades de salud y los laboratorios. ¿Para qué hacerme una mastografía? ¿Necesito cuidarme, protegerme contra las enfermedades? ¿Quiero sentirme a salvo?  Hacerme una mastografía, ¿me ayudará a satisfacer mis necesidades profundas?  

3. Autorregulación. Persigo conscientemente la calma fisiológica. Hago ejercicios de respiración y cardiovasculares que me ayudan a manejar el estrés. 

4. Postura corporal. Durante la mastografía, escucho a mi cuerpo. Acompaño las posturas difíciles con respiraciones hondas. Procuro no quedar de puntitas, sino apoyar mis pies completamente, soltando el peso a la tierra. Cuando puedo separarme del mastógrafo, sacudo mi cuerpo, muevo el cuello, los brazos, las piernas y suspiro audiblemente, antes de adoptar la siguiente posición.  

5. Comunicación. Cuando hago la cita para la mastografía, comparto esta información con algunas personas cercanas, familia o amistades. El día que voy a hacérmela, les aviso. Esto me ayuda a sentirme acompañada. Durante la mastografía, digo lo que siento. El miedo que no expresamos en palabras puede despertar el miedo en otras personas o ser interpretado como agresión. Uso frases 

cortas, como: “Tengo miedo”, “Estoy nerviosa”, “Me duele”, “Hago lo mejor que puedo”. Al salir del estudio, vuelvo a avisar a mi gente. 

6. Premio. Cada año, después de hacerme la mastografía me doy un premio. Trato de que sea algo divertido y placentero. Puede ser tan sencillo como comprarme mi helado favorito y comerlo sin prisa, disfrutando cada lengüetazo. 

Ante todo, me esfuerzo por tener presentes dos cosas: 1) hacerme la mastografía es mi decisión y lo hago para satisfacer mis necesidades profundas de cuidado; 2) el objetivo del estudio es obtener las mejores imágenes posibles, para lo cual mi colaboración consciente es indispensable.  

Si el estrés de una mastografía es demasiado para ti, al punto que te impide cuidar de tu salud, busca ayuda. No tienes nada de qué avergonzarte.

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Margarita Martínez Duarte es psicoterapeuta y escritora. Ha publicado tres libros de poesía  y la novela Sin ella. Fue galardonada con el Premio “70 Años” de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

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