COLUMNA INVITADA

Asumir la responsabilidad sin culpar a los demás

Así, el lama Yeshe nos explica la dualidad del crecimiento y empequeñecimiento del ser humano. Y, curiosamente, me he de referir al lado oscuro de la conciencia y moral del individuo

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El lama budista tibetano Thubten Yeshe nos ofrece su visión y enseñanza a través de un pequeño y valioso libro llamado La realidad humana, que recoge algunas de sus conferencias que dictó en 1983 en Suiza. Por supuesto, la obra de este monje está plagada de la doctrina budista y la cosmogonía de dicha filosofía-religión. De hecho, el título original del libro es mucho más elocuente que el sinsentido de la versión en español: vida, muerte y después de la vida.

Así, el lama Yeshe nos explica la dualidad del crecimiento y empequeñecimiento del ser humano. Y, curiosamente, me he de referir al lado oscuro de la conciencia y moral del individuo. La disminución de la valía de las personas es, claro está, de índole inmaterial. El éxito o el fracaso, la salvación o la perdición, no están relacionadas con la superficialidad de lo material, lo vano de lo tangible. Por el contrario, el entorno de la lección es eminentemente espiritual.

Si decimos que nuestra vida es miserable lo va a hacer porque tales problemas que conllevan a la miseria humana son creados por la mente. El desastre que puede ser nuestra vida, lo complejo en que se pueden volver nuestros problemas, a pesar de todo tienen una solución: cada uno de nosotros –dice Thubten Yeshe– hemos de reconocer que somos responsables de nuestras acciones, de cuerpo, palabra y mente. Y, ante todo, no podemos echarle la culpa a nadie más.

Se ha vuelto frecuente en todas las arenas de la vida y, particularmente, la política, en volcar las frustraciones y los problemas a los demás, sin saber que somos también parte del problema –si no es que somos el problema mismo–.

En una explicación lúdica, el lama Yeshe reflexiona y nos abre los ojos: de niños no tenemos problemas políticos, no hay conflictos religiosos, insatisfacciones filosóficas. Muchos de estos problemas que se presentan y agravan son resultado de una intelectualización conforme crecemos en edad, proceso que sólo se dedica a problematizar absolutamente todo.

Más allá de una predisposición por tal o cual credo religioso o filosófico, tenemos la capacidad de solucionar nuestros problemas. Así, por ejemplo, el budismo –a través de la meditación– nos permite utilizar adecuadamente nuestra sabiduría, sin que ésta nos controle e ir más allá de nuestras emociones, conocer nuestra realidad en forma consciente sin que se interponga la corporeidad para darnos claridad mental. Curiosamente, el tiempo que este lama nos recomienda como el adecuado para meditar son las mañanas. Pero si es al inicio del día en el que empezamos a vociferar la creencia de que todos los problemas los causan los otros y no nosotros, estamos ante un proceso viciado e inverso a la meditación.

La doctrina judeocristiana converge con la filosofía oriental por si todo lo anterior le parece exótico al lector. Así, en el Salmo 49 La vanidad de las riquezas nos dice que, la opulencia material no hace la diferencia, al final del camino llevado con espiritualidad o con porfía estaremos en la misma morada. Pero, sobre todo, no aquejemos a los demás de nuestros errores y, por cierto, aprovechemos mejor las mañanas, sin culpar por nuestros yerros a los demás.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA

MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

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