COLUMNA INVITADA

Argentina en la incógnita de la crisis perpetua

Argentina no la tiene fácil y ojalá todos pudiéramos mirarnos en su espejo porque no se trata de un caso aislado: la decadencia de los sistemas liberales de Occidente

OPINIÓN

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Javier García Bejos / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Para el grueso de quienes vivimos en Latinoamérica la palabra crisis, con todas sus ramificaciones, ha formado parte de nuestra idiosincrasia casi desde que nos independizamos de la corona española. Desde entonces, nuestros países, cada uno a su manera y con sus particularidades, ha vivido y sufrido su historia entre la tempestad y la calma. 

Sin embargo, en las últimas décadas, lastimosamente, algunos países de la región parecieran estar atrapados en un callejón sin salida en el que la crisis política, pero sobre todo económica, ya se ha convertido en un doloroso estilo de vida para sus ciudadanos. Uno de los casos más lamentables es el de Argentina, que metida en un berenjenal de Estado excesivamente asistencialista, no encuentra la forma de salir del agujero en el que décadas de políticas económicas contradictorias y “liderazgos” que no han hecho más que hundir más a esa nación en el fango la han arrojado a una situación desesperada.

Economistas y expertos, de dentro y de fuera, se rompen la cabeza para tratar de encontrar una salida al atolladero en el que se encuentra la nación que vio nacer a Borges, Spinetta, Gardel y Messi. Y es que el hecho de saber que tu moneda no valga absolutamente nada, de vivir en una precarización y un encarecimiento de la vida constantes, con el dólar por las nubes (actualmente un dólar equivale a más mil pesos argentinos) y de tener una perspectiva de futuro tan gris, hacen que a cualquiera se le nuble el juicio.

Y ese es justo el escenario que vive hoy la nación Argentina, que tras la primera vuelta de su proceso electoral, elegirá presidente el próximo 19 de noviembre al peronista Sergio Massa, con 36.6% de los votos o al ultraderechista Javier Milei quien se hizo con el 30% de los sufragios el domingo pasado. Para muchos, se trata de una elección suicida. 

Por un lado, Massa viene de una administración, la de Alberto Fernández, por demás desastrosa y cuyos antecedentes políticos no son precisamente para presumir; ha saltado de una organización política a otra, como bien la haría un político mexicano, y de las convicciones ideológicas ni hablemos. Quizá si llega al poder le pasa lo que a Menen.

La otra cara de la moneda es el estridente Javier Milei… ¿Qué decir de una figura tan sui generis de la que ya se ha hablado -mal y bien por partes iguales- hasta la náusea? Baste decir que se trata de un político digno de su tiempo cuya retórica incendiaria y antisistema así como su desprecio a las formas le han valido ganarse el aprecio -y repudio- de millones y alcanzar la posibilidad de llegar a la Casa Rosada, pese a que él y toda su plataforma política son un completo disparate.

Pero, después de Trump, y de tanto esperpento que ha llegado o intentado llegar al poder alrededor del mundo, ¿acaso nos puede sorprender que sigan pululando esta clase de aberraciones en la política?

Mejor deberíamos de preocuparnos y de ocuparnos de por qué esta clase de liderazgos se están apoderando de la política y por qué los sistemas de partido tradicionales gozan de tan baja popularidad entre un amplio sector de los votantes. Lo que sucede con Milei en Argentina no es gratuito, es el resultado de años de políticos ineptos y corruptos que no han sido capaces de responderle medianamente a las necesidades más urgentes de una sociedad que vive en la zozobra económica de manera permanente.

Y ese principio se aplica a muchas democracias liberales del hemisferio occidental. La forma en la que eso que muchos denominan “política tradicional” nos ha fallado de maneras tan escandalosas, que quién puede culpar a un votante de políticos tan cuestionables como Milei, pero que ofrecen un cambio radical y nuevos aires, cuando solo se tiene cabeza para pensar si habrá o no qué comer al día siguiente.

Si uno vive con esa clase de incertidumbre, es poco probable que se puedan tener las condiciones y la cabeza para poder tomar una decisión medianamente racional una vez que se va a las urnas.

En conclusión, Argentina no la tiene fácil y ojalá todos pudiéramos mirarnos en su espejo porque no se trata de un caso aislado: la decadencia de los sistemas liberales de Occidente y la falta de liderazgos racionales en el frente democrático están siendo un caldo de cultivo para políticos populistas, negacionistas del cambio climático, apologistas de dictaduras, misóginos y agregue usted el adjetivo que quiera.

La crisis perpetua que parece condenar el destino de la Argentina podría pasarnos a todos.

POR JAVIER GARCÍA BEJOS

COLABORADOR

@JGARCIABEJOS

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