COLUMNA INVITADA

Praxis y memoria

Culturas y civilizaciones, así como los protagonistas de la historia, rinden cuentas diversas de su praxis, es decir, establecen mecanismos diferenciados de memoria en el tiempo, la construcción de la posteridad.

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Culturas y civilizaciones, así como los protagonistas de la historia, rinden cuentas diversas de su praxis, es decir, establecen mecanismos diferenciados de memoria en el tiempo, la construcción de la posteridad. Jean-Jacques Rousseau en algún pasaje de su Discurso sobre las ciencias y las artes (1750) identifica las variantes elegidas por las comunidades más representativas y opuestas entre sí de la Hélade. Atenas apostó por el fasto constructivo, los monumentos pétreos ávidos de futuro, acaso de eternidad, así sean los mármoles confiscados por Lord Elgin, procedentes del Partenón y enclaustrados en el Museo Británico. Esparta renunció a la arquitectura y la escultura festivas convencida de que los lacedemonios elegían la virtud como forma de vida, por lo que sus gestas heroicas anidaban solitarias en la memoria.

El filósofo ginebrino intuía que la distancia entre los modos de ser y de pensar de dichas ciudades Estado residía en apelar a dos modalidades de la evocación, el incuestionable antídoto contra el olvido. Y con ánimo de sacudir nuestras conciencias apelaba a la capacidad de causar asombro: “Mientras el gobierno y las leyes proveen lo necesario para el bienestar y la seguridad de los hombres, las ciencias, las letras y las artes, menos despóticas y quizá más poderosas, extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas que los atan, anulan en los hombres el sentimiento de libertad original, para el que parecían haber nacido, y les hacen amar su esclavitud y les convierten en lo que se suele llamar pueblos civilizados. La necesidad creó los tronos; las ciencias y las artes los han fortalecido”. ¿Será?

Las representaciones que hacemos de nuestras realidades y de nuestras aspiraciones (las ciencias y las artes rousseauianas) son envoltorios, cáscaras, de los divorcios que suelen prevalecer entre las palabras y los hechos y los intereses de los sujetos. No existe la armonía colectiva salvo como unidad de lo diverso. Y si gozamos de madurez en la formulación de nuestros juicios aceptaremos que la pluralidad es un valor trascendental que nos enriquece y aproxima a los otros, concebidos por ello en calidad de prójimos e interlocutores, y no ya de adversarios o enemigos. Así, el encuentro de personalidades independientes se transforma en un privilegio para profundizar nuestro conocimiento, a partir de miradas desplazadas que registran dimensiones no vistas por quienes no participan en esta experiencia. Por esta razón los testimonios de exiliados, refugiados y desplazados son tan profundos y aportantes de sabiduría y cultura, amén sin duda de dolores varios.

Los mexicanos somos en apariencia hospitalarios y solidarios, en verdad estamos irreconciliados con nosotros mismos, y en la realidad abusamos de quienes se encuentran en situación de riesgo e indefensión, veamos los lacerantes espectáculos de los migrantes, los cruces patéticos en nuestra frontera sur, los desplazamientos por nuestro territorio hostil, los abordajes a veces suicidas en los ferrocarriles, no en balde alguno de ellos ha sido bautizado como “la Bestia”, el tráfico humano de “los coyotes”, en un etcétera infinito. Y pese a este siniestro escenario optamos por la ceguera y nos preocupamos, también falsamente, por lo que ocurre en Ucrania o Gaza. El teatro de las simulaciones sin fin: ignoramos por decisión propia los dramas al alcance de nuestra mirada y hacemos como que nada ocurre.

Egoistas y despreocupados nos empeñamos en mantener nuestros privilegios o en adquirirlos a costa de quién sea, y a estos desheredados de la tierra, los nuestros y los viajeros en tránsito que buscan brújula metafísica, sentido y redención, los privamos de esperanza y lastimamos sus identidades. Los confinamos en lo que Hannah Arendt llamó “acosmia”, falta de mundo; careciendo de praxis, ayunos de memoria. ¿Y las ciencias y las artes dónde andan que parecieran no querer aparecer? ¿Tendrá razón Rousseau en su apocalíptico augurio?

POR LUIS IGNACIO SÁINZ

COLABORADOR

EEZ