LA ESCENA EXPANDIDA

Torno y retorno: la aventura de un hombre solo

Torno y retorno. Ocre quemado, contexto y dirección de Alberto Villarreal, es una pieza que utiliza el torno para crear objetos de barro

OPINIÓN

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Juan Hernández / La escena expandida / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Recientemente visitamos Oaxaca. Fuimos al majestuoso Teatro Macedonio Alcalá, ubicado en el centro de la capital oaxaqueña, que se ha convertido en un paseo de turistas en busca de objetos exóticos. Los mixtecos y zapotecos ofrecen las piezas hechas con sus manos a precios bajos; pero muy otro es el valor de esas piezas que expresan una cosmología, visión del mundo que heredaron de la cultura originaria a la que pertenecen, que no es realmente apreciado por los compradores.

Aforado el teatro, para estar más cerca de la puesta en escena, Torno y retorno. Ocre quemado, texto y dirección de Alberto Villarreal, con la actuación de Luis Villalobos y la asistencia de dirección y realización técnica de Jorge Lemus, es una pieza que utiliza el torno para crear objetos de barro. El pataleo para que el torno dé vueltas es una metáfora del movimiento del universo. En ese sentido, la propuesta plástica de Villarreal es simbólica y abstracta, tiene que ver con el ordenamiento del caos, y de esa manera es el demiurgo que alumbra una interpretación sobre la identidad mexicana.

La pieza habla de un personaje que, en solitario, nos cuenta su vida, mientras patea el torno, o carga la tuba para emitir sonidos convertido en aullidos de lobo herido. Una histórica trágica que se cuenta con humor ácido, con un distanciamiento que da oportunidad al espectador para generar empatía con el personaje en su trayectoria vital.

(Créditos: Especial)

Desde su nacimiento no planeado,  la muerte de la madre, y la temprana migración a Estados Unidos, en donde se vuelve sirviente del primo que le da cobijo, pero también le cobra con el deleite que le provoca la humillación hacia su pariente adolescente, el personaje se va transformado en un ser cínico, que se deja llevar sin pensar en la construcción de un destino

La puesta en escena encaja perfectamente en el movimiento teatral que está de moda en México: un unipersonal, en el que el personaje cuenta su historia, mientras realiza acciones que se acomodan al texto y le dan vistosidad a la puesta en escena. Sí, es narraturgia, pero en el caso de Villarreal, este recurso es eficiente, en la medida en que vemos un trazo escénico, una propuesta que busca expresar la visión del mundo de un personaje que está ahí, en representación de una   forma de ser mexicano y que vive la tragedia de su condición humana, una narraturgia que no es inacción, sino enunciación con acción significativos.  

El taller de un artesano es el espacio que se construye para que el actor Luis Villalobos realice un exhaustivo trabajo actoral, producto de la investigación de la acción artesanal como acto sagrado, que está por encima de lo que en occidente conocemos o entendemos como arte.

No se trata de una vindicación de lo indígena, sino de la precisión de la vida de un ser humano que, siendo mestizo, vive la confusión de su identidad. El mestizo que ha sido tocado por occidente y vive rodeado de la cultura originaria madre.

La confusión crece cuando llega adolescente a Estados Unidos y trabaja como indocumentado y luego se relaciona con los distribuidores de la droga en aquel país, del que huye para salvar su vida, volviendo a México por Tijuana, en donde recupera el cuerpo de su padre muerto, por el que siente solo desprecio, y luego llega a la Ciudad de México en donde ingresa a la Policía Federal que, en mala hora, es enviada a Nochixtlán, Oaxaca, en donde se vive una jornada violenta, en la que el personaje es victimario y víctima del sistema.

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Alberto Villarreal teje entre lo poético y lo político, lo humano y lo inhumano. Pero no tenemos duda alguna que la puesta en escena sin Luis Villalobos no tendría sentido. Es el trabajo del actor el que permite seguir la obra con atención y sentir la energía que emana en ese ritmo de trabajo físico, pero también de la enunciación del texto, que es poderoso.

Una enunciación del texto rapeado, con algunas rimas no complicadas, pero le dan al actor material para jugar con su cuerpo y su voz, y conseguir un mayor énfasis en la identidad del personaje.

La obra es resultado del trabajo colectivo de creadores tanto de escena, como de la comunidad de artesanos de Oaxaca, que generosamente compartieron su conocimiento y sabiduría con el actor. Un actor oaxaqueño, inserto en esa visión del mundo sagrada, mágica, religiosa, ritual; en el acto divino de la composición artesanal, que rinde culto al movimiento del universo.

Debe subrayarse la capacidad y el talento del actor Luis Villalobos, que tiene una rigurosa formación actoral.  Egresado de la Casa del Teatro, fundada por el director Luis de Tavira, el actor expresa en su quehacer el compromiso y la vocación del creador que alumbra mundos nuevos.  

La obra se presentó el 13 y 14 de octubre en el Teatro Macedonio Alcalá, pero se volverá a escenificar en el Festival de Artes Escénicas de Tuxtepec, en el Teatro Auditorio de la Casa de la Cultura Dr. Víctor Bravo Ahuja, y posteriormente tendrá una temporada, por definirse, en algún teatro de la UNAM.

(Créditos: Especial)

Se trata de una puesta en escena que debe verse con la mente abierta, para entender los símbolos, las otredades, la poética, el poder de la energía, la organicidad de la actuación, el desarrollo de un discurso que también es una crítica política clara a un sistema autoritario, que reprime a los más vulnerables. Nochixtlán es en la obra una referencia a lo sagrado, a la memoria, a la herencia, pero también a la violencia contemporánea. 

POR JUAN HERNÁNDEZ
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