COLUMNA INVITADA

Isabel II: institucionalidad, estabilidad y unidad

La reina procuró que la Casa Real, gracias a su prudencia personal, se asentara como un referente

OPINIÓN

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Claudia Ruiz Massieu / Colaboradora / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Igual que con Mijaíl Gorbachov, el fallecimiento de la reina Isabel II despertó toda clase de reflexiones en la opinión pública. Decía mi padre, José Francisco Ruiz Massieu, que la política “se juega en equipo, pero hay estrellas”. Por eso, cuando los personajes extraordinarios se van, es natural que inicie un análisis del legado y la era que representaron.

Muchos obituarios han subrayado las virtudes personales de Isabel II, elogiando su tenacidad, prudencia y hasta estoicismo. Sin embargo, al menos en la prensa mexicana, se han extrañado los comentarios sobre su legado político. ¿Cuáles son las lecciones de esta extraordinaria mujer para la política actual? Desde mi punto de vista, hay tres que merece la pena rescatar: institucionalidad, estabilidad y unidad.

Isabel II entendió perfectamente su papel como jefa de Estado: en 70 años de reinado (equivalentes al 35% de la vida independiente de México), evitó los comportamientos estridentes o polarizantes, hoy tan socorridos para lograr réditos políticos. Pese a que su vida privada estuvo bajo escrutinio permanente, ella siempre separó su faceta íntima de su responsabilidad institucional. Esta disciplina inquebrantable para no dejarse seducir por la popularidad personal, sino esmerarse en representar al Estado y a todo un pueblo muy diverso, es un rasgo de carácter escaso en una época de liderazgos populistas, cuya estrategia se basa precisamente en la erosión institucional, que personaliza y concentra el poder.

Esta institucionalidad tuvo consecuencias concretas en la gobernabilidad. La estabilidad del Estado por encima de ideologías, que ella encarnó, facilitó a distintos gobiernos encarar una era de cambios nacionales y globales muy complejos: la posguerra, la descolonización y la conformación de la Commonwealth; la integración a la Unión Europea y luego el shock del Brexit; la Guerra Fría igual que la globalización; el tránsito de la relativa homogeneidad étnica hacia la multiculturalidad. Los renovados ánimos secesionistas, así como la reemergencia del nativismo.

Sin la figura de Isabel II, con la estabilidad que representaba, es muy probable que Reino Unido hubiese enfrentado estos retos en medio de graves fracturas ideológicas y electorales. Esta estabilidad, con todo, no pugnó por la inmutabilidad de la sociedad, sino por alentar el cambio reformador, institucional. Incluso en los momentos más divisivos (como el Brexit) provee un mínimo común denominador de valores, representados por una persona con credibilidad, donde la mayoría de la ciudadanía aún pueden encontrarse.

El corolario de la institucionalidad y la estabilidad que propició Isabel II fue precisamente la unidad, papel histórico fundamental de la Corona en la Monarquía constitucional británica. La reina procuró que la casa real, gracias a su prudencia personal, se asentara como un referente para las y los británicos: muchos, más allá de diferencias culturales y políticas legítimas, se consideran parte del Reino Unido y al Reino Unido como parte de ellos. Esta reflexión es particularmente importante para países jóvenes como México: ¿en qué situación se encuentran los símbolos de nuestra unidad política, como el respeto a la Constitución? ¿Nuestros liderazgos actuales hacen lo suficiente por mantenerlos y, más que predicarlos, encarnarlos?

Sobran razones para detenerse a examinar la vida de Isabel II, una figura cultural y política en toda regla; ejemplo enorme para sus sucesores e inspiración permanente para la ciudadanía británica y del resto del mundo. Descanse en paz.

POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU (@RUIZMASSIEU) 

SENADORA DE LA REPÚBLICA

PRESIDENTA DE LA COMISIÓN ESPECIAL DE SEGUIMIENTO A LA IMPLEMENTACIÓN DEL T-MEC

MAAZ