El manejo político de López Obrador es propio de alguien que sabe jugar magistralmente con las fichas del poder. Más allá de las críticas a sus acciones de gobierno, su fascinación por el ejercicio del poder lo ha convertido en un maestro de las jugadas políticas.
Durante las últimas semanas su objetivo ha sido uno: obtener la aprobación de la ley que le permita a la Guardia Nacional contar con un respaldo que la vincule directamente con la Secretaría de la Defensa Nacional para evitar verse limitada en términos legales por un código civil que la restringe en materia de acciones a seguir y de subordinación a autoridades no militares.
Pero en medio de eso, el Presidente se topó con resistencias con las que originalmente no contaba. Por un lado la posición del senador Ricardo Monreal quien, más allá de de su desacuerdo formal con respecto a la ilegalidad de una disposición de esta naturaleza sin una reforma constitucional, había llegado a la conclusión que era de vital interés para el primer mandatario desplazarlo del control del Senado.
Y si esto no era suficiente, posturas como las de los Ministros de la Suprema Corte desafiando el poder presidencial a través del cuestionamiento de la disposición que constitucionalmente sostiene la prisión preventiva oficiosa, obligaban a AMLO a una respuesta que legitimara el presidencialismo absoluto que pretende construir.
Y así lo hizo a pesar de perder la batalla contra Monreal por el control de la Cámara Alta. López Obrador consiguió pasar la ley de la Guardia Nacional con el apoyo total de Morena y al mismo tiempo desatar una campaña de defenestración del zacatecano como enemigo de la 4T. Simultáneamente la Suprema Corte por una u otra razón se vio obligada a posponer y replantear la discusión y resolución de la constitucionalidad de la prisión preventiva oficiosa.
Pero para lograr la carambola de tres bandas, el Presidente necesitaba por un lado insistir en la legitimidad de su proyecto de militarización de la Guardia Nacional, y por otro anular a la alianza Va por México. Y fue Alito Moreno y sus diputados priistas quienes le dieron la oportunidad. Así, con la aprobación en la Cámara Baja de la iniciativa que prolonga la presencia de las Fuerzas Armadas en las calles hasta el 2029, la narrativa de un Ejército como garante de la seguridad se fortalece y al mismo tiempo se revienta el pacto PRI-PAN-PRD.
Depende fundamentalmente de la oposición saber responder a esta jugada maestra de Andrés Manuel. Deshacerse de Alito y presentar un solo candidato a la presidencia de la República sería romper con la estrategia manejada hasta ahora de manera impecable por residente de Palacio Nacional.
POR EZRA SHABOT
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MAAZ