COLUMNA INVITADA

No es la policía, es el sistema

La percepción de eficacia de las instancias de seguridad, paradójicamente, incrementa mientras menos contacto tienen con los gobernados

OPINIÓN

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Manelich Castilla / Colaborador / Opinión El Heraldo de México

Salvo excepciones, a las élites intelectuales, políticas, económicas, sindicales y religiosas, nunca les ha merecido atención la Policía: su organización, costumbres y necesidades, señalan Luis Eduardo Solares y Miriam Guindani [La tragedia brasileña: la violencia estatal y social y las políticas de seguridad necesarias, Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2010].

Esta indiferencia cambia cuando se aborda la problemática de la seguridad pública en los debates en que intervienen dichas élites, pues ahí sí, se habla de la Policía como tema fundamental.

Cuando la delincuencia genera afectaciones graves, las miradas se enfocan en los uniformados, especialmente en los responsables del trato cotidiano con la ciudadanía, como las Policías municipales, y de forma ascendente, hasta llegar a las Fuerzas Armadas.

De ahí que la percepción de eficacia de las instancias de seguridad, paradójicamente, incremente mientras menos contacto tienen con los gobernados.

Para Hegel [Principios de la filosofía del derecho] la existencia de una policía da testimonio de una elaboración efectiva del derecho en el Estado; la Policía supone existencia de justicia. “Nace del derecho y emerge de esa primera forma de derecho aplicada a la sociedad civil que es la justicia”.

Hace falta que no sólo existan ya leyes, tribunales, jueces, para que una policía comience a existir, sino que hace falta también, y sobre todo, que el ejercicio de la justicia haya “entrado en las costumbres”.

Si la existencia de la Policía presupone la del sistema de seguridad y procuración de justicia, su eficacia corre la suerte de todos los subsistemas.

Si un policía presenta a un delincuente ante instancias incapaces de imputarlo correctamente ante un juez, genera impunidad y el desgaste de una función compleja y riesgosa; si un fiscal acusa correctamente y un juez, por desidia, temor o corrupción libera al criminal, el efecto es doblemente nocivo; si un juez sentencia y deja en manos del sistema penitenciario al condenado (o procesado) y los sitios de reclusión carecen de mecanismos a la altura del reto, el problema muda de las calles a las prisiones. Interpretando a Hegel, una policía será eficaz cuando en la sociedad a la que sirve y el sistema al que pertenece prevalezcan nociones de justicia como hábito.

La policía no es causa de inseguridad y violencia. Es víctima de la salud del propio sistema. El debate sobre la transferencia de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) exhibe lo alejados que estamos de lo relevante y exhibe otra realidad: cuando la política no es útil a los fines del Estado crece la idea de la policía como origen y solución de los males, como sostiene Hèlène L’Heuillet [Baja política, alta policía, Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2009].

Pensar que la dependencia orgánica de un cuerpo de seguridad pública es lo fundamental es ignorar el planteamiento hegeliano de la necesidad de una “costumbre de la justicia” en todo el sistema.

La Policía no es el origen del mal, y más vale rescatarla de la indiferencia. Es la salud del sistema y la ausencia de “costumbre de justicia” en la sociedad e instituciones, donde deben centrarse el debate y la atención.

POR MANELICH CASTILLA CRAVIOTTO

COLABORADOR

@MANELICHCC

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