LA NUEVA ANORMALIDAD

Godard, una verdad

El cine no es la verdad, pero sí una avenida para tender a ella. En Jean-Luc Godard tuvo, acaso, a su mayor profeta

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

“La fotografía es verdad. Y el cine es la verdad a 24 cuadros por segundo”: de todos los manifiestos del recién fallecido cineasta Jean-Luc Godard –y vaya que le gustaban–, ésta ha de ser la menos afortunada. Doy por descontada a Susan Sontag y su noción de la fotografía como constructo que refleja la idea de mundo no sólo de su autor sino de su contexto, así como la aseveración –perfecta por sencilla– del fotógrafo Richard Avedon de que toda fotografía es precisa pero ninguna es la verdad: perteneciente a la generación de cineastas franceses conocidos a la postre como la Nueva Ola, y formados primero como críticos en la revista Cahiers du Cinéma, Godard fue el principal cómplice de François Truffaut en la elaboración de la Teoría del Autor, en que cada película sería mero filón de la obra de un cineasta, sólo legible en su conjunto. Más aún, esa obra no tendría un solo significado sino tantos como espectadores críticos la atiendan, y como resulte de las tensiones entre su propio bagaje y el discurso que haya buscado transmitir el autor. Así, es posible que una obra –o el cine todo– albergue verdades (o ideas) a debatir pero difícilmente podrá erigirse en manifestación de una verdad absoluta elusiva por inexistente.

Aunque de 1963, la cita prefigura al Godard posterior a 1968: el que, presa del maoísmo a la moda, devenía cineasta comprometido y, en películas de creciente hermetismo, pretendía el advenimiento hegemónico de un modelo sociopolítico tenido por verdadero. Si bien es posible identificar en cintas posteriores a ese quiebre filones mayores de su obra, el grueso de su aportación al lenguaje cinematográfico corresponde a su primera etapa. Esas 15 películas filmadas entre 1960 y 1967 constituyen el germen del cine contemporáneo.

Sin aliento, su primera, dejó al mundo justo como su título pretendía. Heredera de los géneros hollywoodenses y sus códigos, subvierte sin embargo la gramática, la sintaxis y los consensos psicológicos de todo lo que la antecedió para dinamitar el lenguaje cinematográfico, al tiempo que lo dinamiza con saltos en el tiempo, cambios de perspectiva, planos inesperados y una energía que comunica la sensación, poderosa y terrible, de estar vivo. Lo mismo su neurótica y metacinematográfica El desprecio (1963), su frenética y vital Bande à part (1964), su distópica Alphaville (1965), su anárquica y amarga Week-end (1967): disonantes en su tratamiento del audio y el video, misteriosas en su construcción (apenas) narrativa, profundamente eróticas en su vitalidad primigenia, abrirían la puerta a un nuevo cine, entre cuyos herederos se cuentan Scorsese, Coppola y De Palma pero también Lynch, Tarantino y Winding-Refn.

El cine no es la verdad pero sí una avenida para tender a ella. En Jean-Luc Godard tuvo acaso a su mayor profeta.

POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
@NICOLASALVARADOLECTOR

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