POLÍTICA Y DIPLOMACIA SOSTENIBLE

Tucídides y México

La respuesta de Xi Jinping fue lanzar una operación militar de grandes proporciones rodeando a Taiwán, disparar misiles a sus aguas territoriales, y suspender cualquier grupo de contacto bilateral de alto nivel militar, político y diplomático con Estados Unidos

OPINIÓN

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Miguel Ruiz Cabañas / Política y Diplomacia Sostenible / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La Speaker de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, decidió visitar Taiwán a pesar de las dudas expresadas por el Presidente Biden, el Departamento de Estado, las agencias de inteligencia y la cúpula militar de ese país. Todos la consideraron inoportuna y riesgosa. Pero no intentaron bloquearla en aras del principio de separación de poderes, característico de la democracia norteamericana. Puede ser, pero que Estados Unidos conduzca de manera confusa sus relaciones internacionales infunde dudas, entre aliados y adversarios por igual, sobre la calidad de su liderazgo internacional.

La respuesta de Xi Jinping fue lanzar una operación militar de grandes proporciones rodeando a Taiwán, disparar misiles a sus aguas territoriales, y suspender cualquier grupo de contacto bilateral de alto nivel militar, político y diplomático con Estados Unidos. El costo para ambos países es enorme.

No hay la menor duda sobre la enorme importancia estratégica de Taiwán para nuestro vecino. La isla es uno de los pilares de su presencia en el sudeste asiático desde el final de la segunda guerra mundial. Hoy, las empresas taiwanesas producen dos terceras partes de los semiconductores, que son pieza clave para la industria digital, automovilística, energética y la inteligencia artificial. Quien domine los semiconductores tendrá en su mano una herramienta esencial para prevalecer en el siglo XXI.

Pero hay que revisar la historia. Taiwán fue parte integral de China desde el siglo XVII, hasta 1895, cuando Japón se la arrebató después de la guerra entre ambas naciones. China la recuperó con la derrota de Japón en 1945, pero a partir de 1949 se convirtió en la sede del gobierno encabezado por Chiang Kai Shek, enfrentado a la República Popular proclamada por Mao Tse Tung en ese año. Desde ese momento, China ha reiterado que Taiwán es parte integral de su territorio. Su constitución establece que la obligará a reintegrarse, y su doctrina militar subraya que podría ir a la guerra para defender ese objetivo.  

La visita de Pelosi a Taiwán será contraproducente. Reafirmó la decisión de China de tomar todas las medidas que sean necesarias para acelerar su reintegración. Pacíficamente, si es posible. Por la fuerza, si es indispensable. La visita tampoco favoreció un interés estratégico de Estados Unidos. Como ha dicho el diplomático de Singapur Bilahari Kausikan, “hay otras formas más inteligentes de apoyar a Taiwán,” que con una visita de alto nivel. Especialmente, añado yo, en el momento en que Xi Jinping busca prolongar su mandato, quizá en forma vitalicia. 

Estados Unidos y sus aliados tienen un frente abierto con Rusia por la guerra en Ucrania. No necesita abrir otro conflicto, sobre todo con China. La política de Kissinger fue que Estados Unidos no debía tratar de la misma forma a esos dos imperios, para impedir que se unieran en su contra. Cincuenta años después de la histórica visita de Nixon a China, que terminó por alejarla de la Unión Soviética, con sus acciones ahora alienta una alianza más estrecha de sus dos rivales.

La visita de Pelosi inauguró una nueva era, más peligrosa e impredecible, en las relaciones entre las dos grandes superpotencias. Aunque ni China ni Estados Unidos busquen un choque bélico, nadie puede descartar que éste surja en el futuro, incluso accidental. Ambos países se han adentrado en un periodo de confrontación que exigirá una diplomacia muy sofisticada para evitar una colisión violenta. 

Hace dos mil quinientos años, Tucídides, general ateniense, autor de La Guerra del Peloponeso, descubrió que la competencia por la hegemonía entre un poder dominante y una potencia en ascenso había sido la verdadera causa de la guerra entre Atenas y Esparta. Paul Kennedy y otros autores han observado que estas guerras hegemónicas se repiten a lo largo de la historia. Joseph Nye llamó a este dilema “la trampa de Tucídides”. La forma en que Estados Unidos y China encaren su actual confrontación, será determinante para todo el mundo, incluyendo a México, en los próximos años.

Innumerables analistas han subrayado que el distanciamiento económico y estratégico entre ambas superpotencias favorece a nuestro país, que podría recibir un torrente de inversiones, incluyendo en semiconductores, de empresas que buscan reubicarse en América del Norte. Se trata de una coyuntura histórica. Pero en la vida nada es gratis. Para que esa oportunidad se concrete, México debe dejar de pelear, sin fundamento, con Estados Unidos y Canadá por una política energética errónea. Debe seguir promoviendo la paz, el diálogo y la cooperación de acuerdo con la Carta de la ONU. Pero también asumir que sus intereses económicos, políticos y estratégicos fundamentales están en este hemisferio, y dejar de enviar señales confusas sobre la verdadera dirección de su política exterior. 

POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS IZQUIERDO
PROFESOR Y DIRECTOR DE LA INICIATIVA SOBRE LOS ODS EN EL TEC DE MONTERREY
MIGUEL.RUIZCABANAS@TEC.MX
@MIGUELRCABANAS

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