LA NUEVA ANORMALIDAD

Annie Leibovitz se las ve negras

¿Y si la fotógrafa se hubiera puesto a retratar no a una mujer negra sino a cierta idea de lo que debería animar el servicio público?

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El tenis me interesa poco. Sin embargo, me resulta imposible olvidar a Venus y Serena Williams, y no por los partidos que las han llevado a ganar Grand Slams –de los que no me he enterado sino al echar un ojo distraído a las páginas de Deportes–, y menos aún por la mediocre película que pretende narrar su infancia.

Lo que me evocan los nombres de las hermanas no son saques perfectos sino una imagen en reposo, en lustroso blanco y negro. Contra fondo neutro, dos mujeres se abrazan. Ambas visten trajes de baño, por lo que es posible leer la bien torneada musculatura de sus brazos. La más pequeña de estatura lleva la cabellera suelta, ondulada, en aparente pero armonioso desorden. La más alta luce rastas perfectamente alisadas sobre el cráneo, que se pierden en bucles que le llegan a la espalda. La primera ve directo a la cámara, la reta no sólo con la mirada sino con unos labios a un tiempo adustos y augustos; la de las rastas mira allende el objetivo, con dulzura infinita y serena –aun si es Venus–, de la que hacen eco sus labios carnosos. Lo más hermoso de la imagen es la piel de ambas: esculpida por las sombras, bañada por la luz, brilla. El retrato resultante es el de una feminidad fuerte, dulce, digna, poderosa.

Dos detalles para quien lo ignore: 1) Venus y Serena Williams son negras; 2) La foto, de 2016, es de la autoría de Annie Leibovitz, fotógrafa hoy acusada a diestra y siniestra de no saber fotografiar personas negras.

El escándalo estalló en redes sociales la semana pasada, cuando la artista tuvo la idea de compartir en Twitter –¡a quién se le ocurre!– el anticipo de una sesión de próxima publicación con Ketanji Brown Jackson, desde hace pocos meses la primera mujer negra en ocupar un asiento en la Suprema Corte de los Estados Unidos.

Brown Jackson no es convencionalmente hermosa,: regordeta, de rostro muy redondo coronado por una frente en exceso amplia, lleva unos anteojos acaso demasiado grandes para sus ojos pequeños. En una de las imágenes compartidas, posa con un hermoso abrigo café de amplio cuello vuelto, con el National Mall de Washington como trasfondo; en la otra luce un sobretodo igualmente arquitectónico –ahora azul– mientras se recarga en una de las columnas del Memorial a Lincoln, cuya estatua fuera de foco asoma tras ella. En ambas transmite inteligencia y ecuanimidad. Es, creo, lo que debe transmitir un juez.

¿Y si Leibovitz hubiera decidido incluir a Lincoln no como “salvador blanco” sino como hito en un continuo de valores que trasciende el tiempo, el género y la raza? ¿Y si la fotógrafa se hubiera propuesto retratar no a una mujer negra sino una cierta idea de lo que debería animar el servicio público?

Ketanji Brown Jackson es también una mujer negra; limitar su identidad a ello, sin embargo, le resta humanidad, dignidad, poder.

POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
@NICOLASALVARADOLECTOR

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