LA NUEVA ANORMALIDAD

Rushdie como síntoma

Aún no ha sido confirmado el motivo que condujo a Hadi Matar, de 24 años, a apuñalar al escritor Salman Rushdie, pero es poco probable que la investigación arroje un móvil personal

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Si bien aún no ha sido confirmado el motivo que condujo a Hadi Matar, de 24 años, a apuñalar el viernes pasado al escritor Salman Rushdie durante una conferencia en la Chautauqua Institution de Nueva York, es poco probable que la investigación arroje un móvil personal.

Bien sabido es que hace 33 años  el Ayatola Jomeini, en vida líder supremo de Irán, hizo un llamado “a todos los musulmanes valientes, donde quiera que se encuentren en el mundo, a matar sin dilación” a Rushdie y a todos los editores de su libro Los versos satánicos por “insultar las sagradas creencias de los musulmanes”. Hoy también sabemos, por la madre del perpetrador, que es un estadounidense hijo de libaneses y que, tras una visita en 2018 al sur de Líbano —donde tiene importante presencia la organización terrorista Hezbolá—, regresó “cambiado” y “sintiéndose aislado”. También sabemos que en sus cuentas de redes sociales manifestaba simpatía por el gobierno iraní, y que acudió al evento portando una licencia de conducir falsa a nombre de un militante conocido de Hezbolá. Resulta, pues, casi imposible que su motivación no haya sido político religiosa. 

Aquella alocución de Jomeini mueve desde hace décadas al horror: la idea de que una persona pueda ser tenida por digna de muerte por lo que piensa y lo que escribe —que, en este caso, además, no es ni de lejos un panfleto anti islámico, sino una narrativa compleja sobre los peligros de la certeza, pergeñada por un autor nacido en un hogar musulmán— espeluzna. Y ver hace unos días casi ejecutada esta sentencia de muerte, en un acto que tendrá secuelas físicas permanentes sobre su víctima, nos cimbra. Ojalá también nos mueva a un ejercicio de autocrítica.

El caso Salman Rushdie no constituye sino un ejemplo descollante de uno de los temas caros al escritor —y a la buena literatura y la buena filosofía todas—: los ya referidos peligros que entraña el cultivo de la certeza. Resulta, además y por desgracia, extrañamente vigente hoy.

Mucho hablamos en nuestros días de polarización. Y mucho culpamos de ella, en este país como en otros, a gobernantes carismáticos que se han hecho del poder con recurso a una narrativa binaria en que ellos encarnan el presunto interés del pueblo —y por tanto el bien— mientras que sus adversarios, en teoría hostiles a éste, constituyen el mal. Aun si nos asiste razón a quienes condenamos este fenómeno, a menudo nuestra réplica es expresada en idénticos términos: maniqueos, injuriantes, frívolos en el reduccionismo de los juicios y en el rechazo al pensamiento complejo. Ante la amenaza de la certeza, reaccionamos con más certeza, contribuimos a la polarización que tanto reprobamos.

Aquí nadie ha muerto por lo que piensa (todavía). El ambiente, sin embargo, no deja de ser funéreo.

POR NICOLÁS ALVARADO

@NICOLASALVARADOLECTOR

COLABORADOR

MAAZ

 

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