COLUMNA INVITADA

Fuego y crimen desorganizado

A la par de la crítica a la autoridad, debe existir un análisis serio del comportamiento criminal

OPINIÓN

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Manelich Castilla / Colaborador / Opinión El Heraldo de México

En 2009 escuché por vez primera a alguien cavilar sobre los riesgos de que “el crimen organizado se desorganice”. Fue en Colombia, en voz de un alto mando de la Policía Nacional. La lógica era simple: la criminalidad organizada tiene una agenda de negocios ilícitos que necesita coaliciones con bandas menores para imponer su peso frente a otras manifestaciones delincuenciales en regiones determinadas y momentos específicos. Eso permite al Estado estudiar sus movimientos, identificar actores, defender territorios y neutralizar personajes clave.

Sin embargo, cuando se rompe la lógica operativa y dispersa sus intereses sin control vertical, el desafío para las instituciones de seguridad se vuelve mayor y genera desconcierto en la población, que se ve más cerca de la posibilidad de ser víctima de la violencia incrementando de forma significativa su percepción de inseguridad y, de paso, marcando distancia de las autoridades a quienes se culpa de dicha situación.

Acontecimientos como los de Ciudad Juárez, Guanajuato, Jalisco y Tijuana, en que se quemaron vehículos y tiendas OXXO, nos recuerdan que en materia de violencia criminal, las cosas siempre pueden empeorar cuando se rompe la lógica de los grupos. Analicemos:

La disputa histórica entre integrantes del crimen organizado fue por rutas para el trasiego de drogas. La violencia se incrementaba en la medida en que se acercaban a la frontera norte. El fenómeno se fue transformando cuando ampliaron sus mercados y comenzaron a traficar armas y personas.

De la misma forma, la violencia criminal alcanzó niveles récord en ciudades otrora pacíficas y prósperas, aún lejos de la frontera, cuando se incorporaron el secuestro y extorsión a sus actividades principales para obtener liquidez inmediata. Esta dinámica delincuencial fue propia de la evolución de sus métodos no solamente en México, lo cual en ocasiones se olvida, sino parte de una transformación del fenómeno a nivel mundial y, a nivel regional, en países con un componente social similar al nuestro. Como ejemplos están las experiencias colombiana, venezolana o brasileña.

“Los organismos criminales no son únicos ni estáticos; más bien se trata de un rico ecosistema del inframundo que sigue engendrando nuevas formas de vida hasta nuestros días”, dice John Dickie en su libro Historia de la mafia.

Cuando se recurre al análisis ligero sobre acontecimientos como los de días pasados, suele culparse a los gobiernos de los tres órdenes de gobierno de tales calamidades. No se niega su responsabilidad, existe evidencia de corrupción en distintas áreas oficiales. Empero, a la par de la crítica a la autoridad, debiera existir un análisis serio del comportamiento criminal, motivaciones y formas de ejecutar sus planes.

Esto nos permitiría entender algunas cuestiones: que la respuesta pirómana no es novedosa, pero sigue rindiendo dividendos; que como dice Dickie, la actividad criminal “engendra nuevas formas de vida” y, quizás la más relevante, que las recientes acciones en cuatro entidades del país no dejan en claro ningún mensaje. Es decir, pareciera un acto del crimen desorganizado.

Debe promoverse pues, el estudio de los efectos del crimen desorganizado, que pareciera querer delegar, cerillo en mano, la agenda de seguridad.

POR MANELICH CASTILLA CRAVIOTTO

COLABORADOR

@MANELICHCC

PAL

 

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