COLUMNA INVITADA

Repensar a Morena: pluralismo

Con el pragmatismo político, los partidos abandonaron la aspiración de trazar un proyecto de nación. Se constituyeron como meros administradores del recurso estatal

OPINIÓN

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Temístocles Villanueva Ramos / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Miguel Ángel Granados Chapa fue una de las voces más influyentes en mi temprana formación política; recuerdo en especial su columna “Democratizar el PRI, ¿misión imposible?”, publicada en octubre de 1986, en la que se preguntaba cómo debía ser la democratización del principal partido de ese entonces. Creo que hoy, otras tantas décadas después, esa pregunta sigue vigente. Así, para abonar a esta búsqueda, esta es la primera de dos columnas en las que reflexionaré sobre cómo la historia de nuestro sistema de partidos nos ayuda a entender el gran reto de dar cabida al pluralismo en Morena.

El sistema político mexicano, como la mayoría de los sistemas contemporáneos, nació de un trauma, que en nuestro caso es, indiscutiblemente, la Revolución Mexicana. Decía Granados Chapa que ésta devino en dos corrientes: la popular (revolucionaria y desde abajo) y la democrática (mucho más conservadora). Y aunque mucho se habla del carácter hiperrevolucionario de los primeros gobiernos del entonces Partido Nacional Revolucionario, coincido en que la corriente conservadora terminó por imponerse sobre los gobiernos del autonombrado partido de la revolución. Una única excepción hay a esta corriente, que es el gobierno de Lázaro Cárdenas, la cual tuvo una clara resistencia con la formación del otro gran partido del siglo XX: Acción Nacional.

El PRI, con su cambio definitivo de nombre, intentó retomar y englobar ambas corrientes, la popular y la democrática, con la idea de la revolución ligada al institucionalismo. El PAN, por su parte, respondió a pulsiones más abiertamente conservadoras, ligadas a la democracia cristiana. Sin embargo, hacia finales de siglo, y con el avance del consenso neoliberal, ambas doctrinas se desdibujaron, dando paso a la nueva máxima política: el pragmatismo, entendido como la ausencia total de ideales y convicciones. La idea de que el perfecto “homo politicus” es el más pragmático se posicionó en el centro del sistema de partidos, a la par de que puso en entredicho su función central: ser agentes enunciadores de los intereses generales, agrupando y representando los intereses de todos los sectores y poblaciones.

Con el pragmatismo político, los partidos abandonaron también la aspiración de representar un proyecto de nación. Se constituyeron como meros administradores del recurso estatal, primando su actuar entre dos visiones: la liberalización parcial, representada por la nueva generación de economistas priistas, o la liberalización total, encabezada por los neo panistas emanados del sector empresarial. Y, en todo este escenario, ¿en dónde queda la izquierda?

Al principio, los partidos de izquierda fueron parcialmente ilegales o satélites que se fueron extinguiendo; después, se ubicó como un sector en resistencia dentro del mismo PRI. Este es el mismo sector que se integra como Corriente Democrática en la década de 1980, con actores como Cuauhtémoc Cárdenas. De ésta emana el Partido de la Revolución Democrática, como el primer esfuerzo de unificar las luchas de izquierda que habían sido excluidas del sistema dicotómico compuesto por el partido hegemónico y su oposición leal.

El problema con el PRD, que se hizo notorio con los años, es la incapacidad de dar cabida a la pluralidad. Y aunque esta es la causa, en mayor o menor medida, del declive de los otros dos grandes partidos, no generar una plataforma real en donde todas las voces y causas quepan y sean escuchadas. Este es un privilegio que la izquierda no puede permitirse, porque mientras la derecha representa intereses, en la izquierda representamos luchas y causas. El PRI intentó hacer eso en un inicio, pero su talante conservador e institucionalista terminó por imponerse con un modelo corporativista que, si bien sirvió en lo electoral, ya no tuvo la motivación ni la fuerza transformadora que el país requería.

Así, cuando en 2012 constituimos Morena, teníamos muy claro que nuestro movimiento debía dar cauce a la pluralidad de luchas y demandas populares, generando nuevas formas de hacer política. Dicho de otra manera, nuestro objetivo es generar un proyecto de nación construido sobre ideales y cercano a las necesidades de las personas. Esta pulsión es también una urgencia real ante la crisis de nuestro sistema de partidos que, bajo las reglas de operación existentes, es, en sí misma una crisis democrática.

Defender y ampliar la democracia implica generar canales y plataformas para la representación y la pluralidad, y esa debe ser una misión que nuestro movimiento asuma, hacia adentro y hacia afuera: en la transformación de las instituciones y reglas que rigen la vida pública de nuestro país, pero también en nuestra vida partidista. Con esta última idea en mente, en la columna de la siguiente semana hablaré de la ruta que creo que debemos asumir como partido frente a la dinámica pluralista, cuya fuerza debe movernos y motivarnos, en donde los viejos partidos fracasaron por miedo, desconocimiento e indiferencia.

POR TEMÍSTOCLES VILLANUEVA RAMOS
DIPUTADO DE MORENA EN EL CONGRESO DE LA CDMX
@TEMISTOCLESVR

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