COLUMNA INVITADA

Dirigencia fallida

Una dirigencia incapaz de ganar elecciones es una dirigencia fallida. Y una dirigencia fallida que no aporta prestigio y que no suma unidad, se convierte en un pesado lastre y en un peligroso elemento de descomposición interna

OPINIÓN

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José Encarnación Alfaro Cazares / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La definición constitucional sobre la naturaleza de los partidos políticos no deja lugar a dudas: son entidades de interés público que “tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática, contribuir a la integración de los órganos de representación política y como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público”. Un partido político que pierde la capacidad de ganar elecciones pierde su naturaleza y el sentido de su existencia.

Corresponde entonces a las dirigencias de estos institutos políticos su conducción eficiente para el logro de los objetivos que su naturaleza implica y el asegurar su fortaleza electoral a partir del diseño y operación de estrategias y programas eficaces que traduzcan su proyecto ideológico en una oferta electoral atractiva y conviertan su estructura organizativa en una sólida maquinaria capaz de mover voluntades y competente para convencer y vencer.

Una dirigencia incapaz de ganar elecciones es una dirigencia fallida. Y una dirigencia fallida que no aporta prestigio y que no suma unidad al Partido, se convierte en un pesado lastre y en un peligroso elemento de descomposición interna que pone en riesgo la existencia misma del Partido.

Es el caso de la actual dirigencia nacional del PRI que, desde su elección, el balance de su desempeño es evidentemente negativo. De 21 procesos electorales locales para elección de gobernaturas sólo ganó una en coalición electoral, sin la cual no hubiese ganado; y no pudo mantener el poder público en 10 de los Estados que gobernaba.

Aunado a esto, los escándalos mediáticos en los que se encuentra inmerso el dirigente formal Alejandro Moreno y la forma excluyente, autoritaria, facciosa, antidemocrática y patrimonialista como ha conducido al Partido los últimos tres años, que han fracturado la unidad y cohesión interna, hacen que no sea difícil advertir la urgente necesidad que tiene el Partido de una nueva dirigencia que tenga la capacidad y la autoridad moral y política para conducir al partido hacia los procesos electorales de 2024.

Los recientes cambios realizados en el Comité Ejecutivo Nacional, la mayoría de ellos con cuadros que ya participaban en el equipo de Alejandro Moreno, así como nuevas y valiosas incorporaciones, no solucionan de fondo la crisis por la que atraviesa el Partido, porque lo que está mal es la dirigencia electa que no ha sido capaz de trazar un rumbo definido para el Partido. Sin estrategia, sin programas, sin oferta electoral, sin contenido ideológico y sólo guiados por la brújula de la ambición de su dirigente centrada en su objetivo de ser candidato a la presidencia de la República y manejar a su antojo las listas de candidaturas al Senado y a la Cámara de Diputados el 2024, el PRI se apresura a convertirse en un Partido residual. Cuando la cabeza está mal, el cuerpo se derrumba.

POR JOSÉ ENCARNACIÓN ALFARO CÁZARES
COLABORADOR
@JOSEEALFARO

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