LA NUEVA ANORMALIDAD

Vestidos para un funeral

No tengo interés en vestirme como todo mundo, pero sí en las razones antropológicas y sociológicas que llevan a ese “todo mundo” a vestir así

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Confieso, sin pudor, que la ropa me interpela. Joven, decía que me gustaba la moda, y me esforzaba por estar al tanto de cortes y estampados al uso, de diseñadores que causaban furor. Maduro, tirando a viejo, ese universo ha dejado de interesarme, pero sin menoscabo de mi fascinación por el arte sartorial —un saco bien cortado me parece un fenómeno hermoso y aún matemáticamente complejo— o por los procesos de rastreo de tendencias: no tengo interés en vestirme como todo mundo (cuando menos como los estilosos), pero sí en las razones antropológicas y sociológicas que llevan a ese “todo mundo” a vestir así. (En El imperio de lo efímero, Lipovetsky postula la moda como “esqueleto del Zeitgeist”. Sigue asistiéndole razón.) 

Me gustan también las revistas, en particular las masculinas: de ahí que mi vieja afición a comprar cada mes GQ y Esquire haya mutado en visitas a sus sitios web con idéntica frecuencia, en pos de su buen periodismo narrativo —sobre política, cultura y sociedad, no sólo sobre moda— pero también, claro, de sus reportes, insights y consejos sobre estilo vestimentario.

El encabezado con que me topo hoy en Esquire es prometedor: Bruce Pask, director de moda masculina de las departamentales de lujo hermanas Bergdorf Goodman y Neiman Marcus, se presenta a sí mismo en cinco atuendos.

Décadas de frecuentar el universo de estas publicaciones han hecho que Pask me sea familiar; viene del mundo editorial: fue editor de moda de GQ y del New York Times, y, entre ambos empeños, productor de los trabajos de la fotógrafa Annie Leibovitz. Creía también tener identificado su estilo vestimentario: prendas básicas y clásicas de corte impecable, combinadas con transgresor desparpajo (un saco cruzado con el forro a rayas, aparente bajo las mangas remangadas, combinado con una camiseta y un foulard de seda; dos de las tres piezas de un traje con jeans y con cuello de tortuga; una chamarra de mezclilla usada como chaleco bajo un abrigo de tweed).

Lo que veo hoy no podría estar más lejos: un cárdigan acolchado de abuelo, chamarritas de entretiempo como las de mi papá, camisas de leñador desfajadas, sandalias, alpargatas, tenis. Todo bien cortado, nada horrible ni incorrecto –salvo su única provocación: unos shorts llevados con calcetines negros de oficinista– pero nada distinto de lo que cualquier vecino de la cuadra vestiría un domingo para sacar la basura. No hay aquí moda ni arte sartorial; hay, sí, tendencia, y la tendencia, heredera de la pandemia, es vivir casi en pijama.

El director de moda de dos de las tiendas que marcan pauta en el mundo, y todos con él, vamos vestidos para un doble funeral: el de la moda como arte, el de la sastrería como artesanía. Lo sé: su hora había llegado, ya descansaron. No me pidan, sin embargo, que reprima las lágrimas: tengo un duelo por elaborar.

POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
@NICOLASALVARADOLECTOR

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