COLUMNA INVITADA

Para construir futuro, no traicionemos lo logrado

Los programas sociales no pueden ser la solución a los problemas del país; se deben crear las condiciones para que la gente sobresalga

OPINIÓN

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Guillermo Lerdo de Tejada / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Para construir una alternativa al lopezobradorismo, las oposiciones no pueden ofrecer únicamente volver al pasado previo a 2018. Pero debemos escapar a la trampa simplona, auto-flagelante, de que “todo estaba mal”. Junto a una propuesta de futuro, hay que defender los avances logrados a lo largo de décadas. 

Para justificar sus fracasos y mantener su legitimidad, el lopezobradorismo necesita crear mitos que culpen al pasado. AMLO dedica mucho de su tiempo a propagar dos verdades-a-medias mezcladas con ficción. Que en el “periodo neoliberal” (de 1983 a 2018, según el presidente) germinaron todos los males nacionales, empezando por la corrupción. Y que antes de 2018 no había democracia, sino una simulación para subyugar al pueblo.

Es una mentira, una caricatura para canalizar el descontento social: ¿la violencia está descontrolada?, ¿no hay empleos?, ¿faltan medicinas? No es responsabilidad de la incompetencia de AMLO (a cuatro años de poder absoluto): es culpa de Calderón, los empresarios, las ONGs, el imperialismo yanki y los periodistas.

Pongamos las cuentas claras. La “transición democrática” (cuyo inicio se cifra en 1997, cuando el PRI perdió la mayoría en el Congreso, o en 2000 con la victoria de Fox, pero especialistas como Woldenberg datan hasta 1977, con la reforma de Reyes Heroles), y el mal llamado “periodo neoliberal” (que en realidad fue una era de liberalismo modernizador) tuvieron insuficiencias criticables, pero también logros puntuales y rescatables.

Se creó el IFE/INE, la institución civil más confiable y eficiente de nuestra historia; bajo sus auspicios ha habido alternancia pacífica de tres partidos diferentes a la presidencia, e innumerables cambios de partido en ayuntamientos y gubernaturas. El Congreso federal y muchos estatales dejaron de ser un apéndice del Ejecutivo para convertirse en un espacio plural de mayorías cambiantes, donde la negociación sustituyó a la imposición. 

Se crearon organismos autónomos que acotaron el poder discrecional del gobierno y empoderaron a los ciudadanos, como la CNDH o el INAI (jamás los mandatarios habían estado tan vigilados). Se logró la autonomía del Banco de México –indispensable para evitar los excesos de la presidencia–; se institucionalizaron las relaciones Estado-iglesias, se crearon mecanismos de protección a periodistas, aumentaron los derechos de las minorías, se había recuperado la rectoría estatal sobre la educación y se avanzó la transición energética.

Se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, un pilar de la economía mexicana tan vital que incluso López Obrador luchó para mantenerlo, pese a su origen salinista. Los programas sociales se ampliaron, desde Solidaridad hasta Progresa o el Seguro Popular, sustituyendo la dádiva estatal por mecanismos técnicos para romper círculos de pobreza intergeneracional. Se pusieron las bases para aumentar el salario mínimo.

Claro que hubo fallas, como la persistencia de la pobreza y las marcadas desigualdades. Sin embargo, la respuesta no es renegar al proyecto modernizador. Las oposiciones deben ofrecer propuestas nuevas, pero reivindicar lo que ha funcionado. Quienes vivimos el cambio de la hegemonía a la pluralidad, debemos explicar esta historia a las generaciones que nacieron en la democracia liberal y no conocen la represión ni la escasez generalizada. La solución no es el paternalismo estatal: es la inversión, la creación de empleos, mejorar salarios y expandir las libertades. La demagogia siempre termina en tragedia, pero la democracia liberal, con todos sus retos, ha mejorado la calidad de vida.

POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE
COLABORADOR
@GUILLERMOLERDO

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