MALOS MODOS

Adiós a Peaky Blinders

Terminó Peaky Blinders, en su sexta temporada, y terminó –evito los spoilers– como un verdadero paseo por el infierno. Tenía que ser

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Terminó Peaky Blinders, en su sexta temporada, y terminó –evito los spoilers– como un verdadero paseo por el infierno. Tenía que ser. Por lo menos desde las películas de Edward G. Robinson, las historias de mafiosos suelen terminar así, porque son historias de éxito y degradación, o de éxito por la vía de la degradación: de violar cualquier código, cualquier criterio moral, cualquier límite a la crueldad. ¿Por qué habría de ser la excepción la historia de un clan de mafiosos gitanos, en Birmingham, en los años 20? Peaky Blinders no es una revolución en ese sentido. 

De hecho, no es una revolución en muchos sentidos que digamos, no desde que el espíritu de El Padrino se apoderó de las series de televisión gracias a Los Soprano. Todos los ingredientes están aquí: la traición como norma; los entreveramientos del crimen organizado con la política; la perturbadora capacidad de seducción de personajes terribles; una trama que coquetea con la tragedia en el sentido más convencional de la palabra, el de la tragedia como predestinación, sin terminar de entrar en ese molde, y el retrato nada condescendiente de la masculinidad extrema. No, no era fácil hacer una gran serie de mafiosos luego de Los Soprano. Bien: Peaky Blinders es una gran serie; una serie que si no es una obra maestra, es algo muy parecido.  

¿Cómo explicarlo? Por una acumulación de virtudes. La más evidente: las actuaciones, eso tan propio de las producciones inglesas. Lo de Cilian Murphy en el protagónico, como el líder mafioso Thomas Shelby, es extraordinario, pero la combinación de su personaje con el de Alfie Solomons, el gángster judío interpretado por el gran Tom Hardy, no tiene precedentes. Alrededor, un elenco, fijo o no, verdaderamente extraordinario, con la única excepción de Adrian Brody, que aparece en la temporada 4 como un sobreactuadísimo mafioso italo-americano. Por lo demás, se asoman por ahí, a ratos, varios nombres fuertes de la escena británica, casos de Sam Neill, Anya Taylor-Joy y Stephen Graham.  

Enseguida, el guion. Qué envidia: personajes complejísimos dibujados en dos líneas, diálogos sustanciosos y breves llenos de remates sorpresivos, la aparición necesaria y nada didáctica de figuras reales (Churchill, Oswald Mosley, Chaplin, Capone), y ese humor tan bien dosificado, y el talento y el valor para sugerir en vez de enunciar –ese vicio tan de las producciones mexicanas. Súmenle la maravilla de banda sonora, con Nick Cave a la cabeza, y una recreación de época impecable, desde los vestuarios hasta el paisaje urbano de la Inglaterra industrial del periodo de entreguerras, y sí: estamos frente a una gran, gran serie, merecedora del éxito notable que terminó por tener en todas partes.  

Si no la han visto, qué envidia: les esperan 36 capítulos sin desperdicio.  

POR JULIO PATÁN

COLUMNISTA

@JULIOPATAN09 

MAAZ