Las últimas semanas he estado reflexionando acerca de cómo a nosotros, los seres humanos nos acerca el amor, el respeto, el nivel de consciencia, los idiomas e incluso el lenguaje no verbal.
En cambio, nos separan las diferentes creencias religiosas, los nacionalismos, los pasaportes, las fronteras, la política, las costumbres, la cultura e incluso la economía.
El lenguaje nos facilita el entendimiento, es el recordatorio de que a través de él podemos conquistar y lograr todos nuestros objetivos.
Cuando nacemos, se nos corta el cordón umbilical, y con este acto se inicia nuestra primera independencia, la cual, sin duda, va marcada y ligada a una dependencia; nacemos como un nuevo ser y sólo subsistiremos si recibimos los cuidados necesarios que aseguren nuestra vida.
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Unido a nuestro desarrollo físico, se inicia el intelectual. Un proceso que dura lo que dure nuestra vida, que con libertades y diversos criterios, los cuales dependen 100 por ciento del lugar y el momento en el que nacemos, tratan de impregnarnos en el cerebro la visión del mundo que tenemos hoy en día como adultos.
Es aquí cuando cada país, grupo social, religioso y político pretende introducir en los niños y adolescentes sus propios dogmas y reglamentos, esas etiquetas o creencias mentales que sólo sirven para cuadricular el cerebro, así como la manera en la que cada persona se relaciona con su entorno.
Lo peligroso viene aquí, cuando esto se hace desde visiones cerradas y muros mentales invisibles, cuando se hace desde la intransigencia del poder o de la falta de reconocimiento de que existen nuevas y mejores formas de transmitir información, una de ellas, simplemente siendo ejemplo. Porque desde el control y la imposición ni se enseña ni se ejemplifica.
Lo que más ayudará a construir los cerebros del siglo XXI, basados en una mentalidad con más apertura, en donde reine el interés constructivo por la raza humana, el respeto por la sabiduría y el entendimiento, es reconociendo el poder de resolución que tiene el lenguaje, el amor propio y el amor hacia los otros.
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Hoy vivimos en un mundo en donde los separatistas dominan la cancha, aquellos que, por medio de las diferencias, nos quieren alejar constantemente del prójimo, para enquistarnos en su deficiente y limitante desarrollo humano.
Así que, volviendo al tema del nacimiento, cuando llegamos al mundo, aterrizamos cargados de oxitocina, la hormona de la ternura, el amor y los cuidados, el ingrediente primordial de la maternidad.
Hoy levanto la mirada ante el mundo y busco la preciada oxitocina, pero a veces sólo puedo ver todo el estrés, aburrimiento y soledad que existe. Así que me imagino colgando un letrero en el cielo que diga: ¡Se buscan con urgencia donantes de oxitocina!
TESI TAFICH ROMO
tesi@frontdesk.mx
IG: @tesitafich
MAAZ
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