COLUMNA INVITADA

Morir a tiempo

Se trata de un acto personalísimo que puede estar relacionado con el sufrimiento, o bien, como un acto de vida para poder disfrutar hasta cierto límite

OPINIÓN

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Diego Latorre / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Eutanasia, muerte asistida, suicidio, llámalo como quieras, pero nos preocupa más el cómo suena, que las causas y su legitimidad. Es un tema complicado: puede que sea un acto de liberación o es una medida desesperada, o quizás, un escape razonado a ciertas circunstancias, o todas las anteriores, o no, y sea, un acto de amor propio, de valentía y dignidad pura.  

Dice Paulo Coelho: “¿Cómo juzgar en un mundo donde se intenta sobrevivir a cualquier precio, a aquellas personas que deciden morir? Nadie puede juzgar. Sólo uno sabe la dimensión de su propio sufrimiento, o de la ausencia total de sentido de su vida”; para Albert Camus: “El único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio. Juzgar si la vida es o no digna de vivir es la respuesta fundamental a la suma de preguntas filosóficas”; Honoré De Balzac, más contundente, dice: “La resignación es un suicido cotidiano”.

Usted elija, pero en realidad, lo primero que tendríamos que analizar es lo confuso del concepto y por mucho que se quiera abarcar, son variadas y dispares las razones que éste pretende unificar. En segundo lugar, es la posibilidad de sustraernos a dogmas, y convencionalismos o posicionamientos irreconciliables, como sucede entre la psiquiatría y las leyes. Finalmente, estar abierto a considerar que se trata de un acto personalísimo que puede estar relacionado con el sufrimiento, o bien, como un acto de vida para poder disfrutar de su esencia y sus virtudes, hasta cierto límite, por el deseo de no enfrentarse al deterioro de la vejez o de una enfermedad.

No es que el suicidio sea de cumplimiento estricto, pero tampoco respirar es un sinónimo de vivir. El punto está en la libertad de elegir. Si se reflexiona, el poder disponer de uno mismo y rehusarse, resulta mágico. La idea de destruirnos nos emociona y nos aterra, pues no hay nada más fácil y espantoso que el acto por el cual decidimos sobre nosotros mismos. 

La sociedad o el sistema puede quitarnos todo, prohibirlo todo, pero nunca tendrá el poder de impedir nuestra autoinmolación. ¿Qué se le puede decir a quien ya no soporta la vida? Ni las religiones, sus iglesias y mucho menos el Estado han dado argumento sólido contra el suicidio. Si las religiones han prohibido morir bajo nuestra propia voluntad y el sistema lo descalifica, es porque ello simboliza un acto de rebeldía. Y pregunto ¿el acto de matarse no implica una fórmula elevada de salvación o liberación? ¿Y ante la nada, no valdría más ésta que la eternidad? “El hombre es un ser para la muerte”, dijo Heidegger, pero los muertos no viven la muerte. ¿Es entonces el suicidio es un peligro contra lo correcto?

Morir por nuestra propia decisión sin esperar el calendario natural es un sentimiento que a la mayoría se nos ha pasado, o bien, nos pasará por la cabeza, ya sea por desesperanza o por el mero placer de degustar la idea, y la única manera que tenemos para atestiguar nuestra esquivez por la vida, es aceptarla, por eso, toda discusión sobre si el suicidio tiene un carácter egoísta es, en realidad, una tontería. Deberíamos respetar más a las personas y su derecho a decidir. Retomando las palabras de Nietzsche: “Muchos mueren demasiado tarde, y algunos, demasiado pronto: ¡muere a tiempo!”. 

POR DIEGO LATORRE LÓPEZ
SOCIO DIRECTOR DE LATORRE & ROJO, S.C.

@DIEGOLGPN

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