ARTE Y CONTEXTO

Enrique Metidines o la belleza accidentada

La muerte tiene permiso de coquetear con la belleza, pero necesita valerse del arte para hacerlo notar

OPINIÓN

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Créditos: Especial

“Me dicen que son fotos artísticas, pero yo sólo quería ser los ojos de todos. Llevar a la gente conmigo al accidente”.

La muerte tiene permiso de coquetear con la belleza, pero necesita valerse del arte para hacerlo notar. Enrique Metidines lo sabía desde que era un niño e hizo un pacto irrompible para colaborar con ella, y así buscar constantemente la imagen más hermosa posible aun en medio de la tragedia o del caos. 

Este extraordinario fotógrafo de nota roja, que después de su jubilación se convirtió en un involuntario artista de culto, nació en la Ciudad de México en 1936. Sus padres eran dos ciudadanos griegos que decidieron emigrar a los EEUU, pero los desvalijaron en el camino así que no tuvieron más opción que desembarcar en el puerto de Veracruz. De ahí viajaron a la Ciudad de México y montaron un restaurante enfrente de la fiscalía de justicia de la colonia Santa María la Ribera, un barrio popular en el centro de la capital. El negocio prosperó, la familia creció y cuando el pequeño Enrique cumplió nueve años, su padre le regaló una cámara fotográfica Brownie Junior de cañón de caja. Metidines comenzó entonces a capturar los detalles decadentes que las calles ofrecían: coladeras abiertas, parabrisas estrellados, autos chocados... Ya con once años de edad, unos policías parroquianos del local de sus papás, lo invitaron a fotografiar un cadáver que acababa de llegar a la fiscalía vecina. Se trataba de un hombre decapitado que había sido arrollado por el tren: “Alguien lo había golpeado hasta dejarlo inconsciente. Le colocaron el cuello en las vías y lo degollaron. Le tomé fotos y salí corriendo del miedo. ¡Pues era un niño!”. A partir de ese momento comenzaron a llamarlo para registrar los accidentes que ocurrían en la localidad. En uno de esos eventos conoció a “El Indio” Antonio Velásquez, periodista gráfico de “La Prensa”, quien lo invitó a trabajar con él, de tal manera que a los 12 años este prodigio de la lente publicó su primera portada. Así comenzó la leyenda de uno de los ojos más agudos que ha tenido la fotografía de este país. 

A diferencia de sus colegas, él sabía dar lectura a la estética y al metabolismo de la muerte: comprendió que el tiempo se detenía para las víctimas mortales aunque no para él, y que para los dolientes y los mirones transcurría a distintas velocidades.

Metidines capturaba los instantes de belleza que la muerte le dedicaba por complicidad; podía ver la parte dulce de lo más doloroso, dignificando así los despojos emanados de la calamidad a través de sus formidables composiciones y particular narrativa. 

Finalmente, el pasado 10 de mayo se lo llevó su querida muerte a los 88 años de edad, terminando así una vida próspera, aunque no exenta de pesadillas nocturnas por las terribles visiones que acumuló en memoria.  Descanse en paz Enrique Metidines, el gran esteta de la fatalidad urbana.

dhfm 

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