ANÁLISIS

La impunidad es hija del olvido

Nuestra verdad histórica es la de criminales libres, sicarios, fosas clandestinas, mujeres vejadas, fiscalías incompetentes, pero, sobre todo, la de muertos

OPINIÓN

·
Diego Latorre / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Si en mi comunidad existen corderos y lobos, el darlo por hecho sin la menor oposición o manifestación de deseo de cambio, estamos concediendo por anticipada impunidad a los crímenes de una de las partes, de ahí la proclama “cuando la ley no se corresponde con la idea de justicia, el desacato es un deber...”, de quienes buscan un cambio en la república del dolor, cómplice de matanzas, en donde las víctimas se han quedado solas, no en pedir compasión, sino en verdad y justicia. Un virus recorre México, el de la violencia.

Por un lado, situaciones de caos y descontrol, y por el otro, deseos de cambio. La acumulación de hartazgo ante la violencia desmedida, las desapariciones, los muertos, es innegable. La violencia como ataque y autodefensa parece una herramienta no cuestionada, y hoy es asumida por buena parte de la población que, habiendo sido reacia, no duda ante situaciones extremas, ya sea en conflictos con intervención militar o contra bandas del narcotráfico y extorsionadores, en un Estado en donde la seguridad se confió a un cuerpo policiaco-militarizado con inclinaciones autoritarias y represivas.

Estamos desbordados en todos sentidos. Los cárteles mexicanos han configurado un sistema feroz, desalmado y deshumanizado, que vive y se mantiene por la enorme corrupción, que lo devora todo en este edén donde convergen detonantes diversos, pero con un denominador común: la desigualdad y las brechas sociales, la precarización en la cotidianeidad, los altos índices de impunidad, la desmemoria y el olvido. Hay zonas del país en donde la vida misma es crucifixión suficiente; y la gran tragedia es que, en la miseria, se está siempre dispuesto a la humillación; es fácil reclutar. En este México que nos toca vivir, entre las pocas cosas que repartidas siempre tocan a más, están el dolor y la miseria.

Ya no es posible gobernar sólo con palabras: Se muere de ideas falsas y se enferma de opiniones idiotas.  

Cuando veo imágenes de familiares de desaparecidos o muertos, la nota significativa es que, todos ellos, tienen el aspecto fruncido habitual de a quienes su país, inexplicablemente, les ha hecho una injusticia grande. ¿Cómo podrán superar el duelo, sin saber siquiera cómo murieron sus seres queridos, en dónde están sus cuerpos o dónde hallarlos con vida? Es una realidad espantosa.

¿Desobediencia como alternativa? Pero la desobediencia legítima y arriesgada como método: Negarse a cumplir las órdenes de un superior incompetente u observar leyes injustas; resistir a la autoridad, quien quiera que ésta sea, cuando abusa de su poder.

La desobediencia que cuesta, que exige un esfuerzo, que motive un cambio, que implique cuestionar jerarquías, detener inercias y comodidades, pero, sobre todo, la que rompa la angustiante monotonía de lo mismo: la impunidad y el olvido.

Nuestra verdad histórica es la de los criminales libres, los sicarios, las fosas clandestinas, las mujeres vejadas, las fiscalías incompetentes, pero, sobre todo, la de los muertos y todos los desaparecidos, hoy perdidos en el océano de la desmemoria, sin que el Estado reaccione ni ponga atención al lamento de las víctimas.

Quien sienta ira y no actúe, propagará la epidemia.

De verdad, llegó el momento de reaccionar... Ante esta infame realidad, la desobediencia se convierte entonces en un deber de integridad espiritual.

POR DIEGO LATORRE LÓPEZ
SOCIO DIRECTOR DE LATORRE & ROJO, S.C.
@DIEGOLGPN

PAL