MIRANDO AL OTRO LADO

La guerra fratricida de AMLO

El Presidente de México está en plena faena organizando una guerra fratricida contra Biden

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al Otro Lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El Presidente de México está en plena faena organizando una guerra fratricida contra Biden, alineándose con Trump y Putin. Parece movido por la convicción de que el compromiso central de su gobierno es aventar la bola demoledora contra todas las instituciones del país y, ahora, también contra nuestra relación estratégica más importante: el vecino país del norte. El eje del ataque consiste en ir contra las democracias y empujar la agenda de los regímenes autoritarios.

Desesperado por el ocaso de su gobierno sin logros sustantivos, López Obrador ha demostrado que sigue la ruta de demoler todo lo que encuentra en su camino, negándose a construir instituciones alternativas y funcionales. Carece de un proyecto de nación nuevo. Prometer combatir la corrupción no es un programa alternativo. Ofrecer dinero a los pobres no es un modelo económico alternativo. Construir un aeropuerto no es diferente a lo hecho antes. Devolver la educación al control sindical es una regresión. Construir trenes no es una idea nueva, como tampoco lo es la construcción de otra refinería.

Destruir las instituciones de salud, para regresar al IMSS definitivamente no es nuevo. Es más de lo mismo. Querer insertar la Guardia Nacional dentro del ejército no es una idea nueva. Peña Nieto hizo lo mismo con su Gendarmería. López Obrador se prepara para cometer el mismo error.

Ahora, siguiendo con su instinto de destruir sin construir alternativas, ha resuelto tratar de convertirse en líder latinoamericano, y desafiar al Presidente Biden. Le irrita que Estados Unidos, ahora gobernado por un demócrata, insista en promover la democracia y economías sustentables. López Obrador prefiere a su amigo Trump como Presidente, ese populista radical de derecha, aunque se burle de él públicamente. (¿Qué patología trasluce ahí?) De Trump no se defiende, pero vaya cómo se convierte en perro de ataque contra Biden, ese que defiende a Ucrania contra la invasión rusa. Y es que tampoco se atreve a decir lo que realmente opina sobre la invasión de Putin a Ucrania, porque apuesta al regreso del mejor aliado de Putin a la Presidencia de los Estados Unidos: Donald Trump.

Todo está revuelto en el mundo. Y más, si nuestro Presidente está condenado a concluir su sexenio sin resultados tangibles, habiendo llevado a México al precipicio de un sexenio perdido. Al final de la gestión de López Obrador, México reportará 0% de crecimiento en sus seis años. Con altas tasas inflacionarias y cero crecimiento, México encara la realidad de la estanflación. Inflación y estancamiento. Por eso quiere ganar la próxima elección evitando hablar de logros concretos e incendiando las pasiones enconadas e irracionales de la población. Su idea es proponer que estamos todos llenos de odios y resentimientos, esperando que se desborden, sin freno. El Presidente no quiere un debate racional para atender los grandes problemas nacionales, sino uno sobre las pasiones enconadas y enfrentadas. Para que esa estrategia tenga éxito, necesita un enemigo perfectamente identificable. Un nuevo objeto de odio.

Su uso de objetos de odio ha sido extraordinariamente rentable, políticamente. Estos objetos de odio le han ayudado a promover el mito de que nada se puede “solucionar” hasta que el estorbo odiado sea destruido. Siempre prefiere la destrucción, nunca la construcción. Desde el primer objeto de odio que era Salinas y la mafia del poder, pasamos a Calderón, su fraude y su guerra, hasta que nos topamos, en este sexenio, con la aparición de los conservadores y fifís que defienden incuantificables privilegios del pasado. López Obrador siempre necesita un objeto de odio para dirigir el supuesto enojo inacabable que presume siente el pueblo mexicano por agravios históricos nunca atendidos. Aprovecha la inconformidad de la humanidad con la vida moderna para atizarla contra enemigos imaginarios.

Después del agotamiento de los conocidos objetos de odio colectivos (mafia del poder y Salinas, Calderón y fraude, Peña y corrupción, conservadores y privilegios de antes) ahora le urge un nuevo blanco para atrapar y controlar la furia que le permitirá contender seriamente en la elección de 2024. Lo único que le interesa a López Obrador son las elecciones y el poder. En su léxico, el poder es el afrodisiaco más potente del mundo. Para sostenerse en el poder, aunque sea por la vía del maximato, quiere ganar las elecciones por dos razones. Primero porque el ejercicio del poder lo excita, y también porque teme una revisión de las cuentas de su gobierno, de las de su familia, de sus allegados cercanos del gobierno y las propias.

Una hipótesis que hay que explorar es que López Obrador está analizando la factibilidad de convertir a Estados Unidos y Biden en su nuevo objeto de odio. Sería una apuesta riesgosa porque cada objeto de odio destruye puentes hacia circunstancias que condicionan y hacen funcional la realidad. Este sexenio ha sido un momento transicional en la historia nacional porque ha demolido la economía, la salud, la educación, la paz, la seguridad y la unión entre mexicanas y mexicanos. Como siguiente paso, demoler la relación con Estados Unidos es una apuesta riesgosa, porque esa ruta puede significar terminar con las expectativas de recuperación económica de México durante las próximas décadas.

¿Qué podría seguir después de ésta lógica de demolición, bajo la premisa de que desde las cenizas de una República demolida emergerá, como el Ave Fénix, una nueva nación, resplandeciente y vigorosa? ¿Es creíble pensar que un enfrentamiento de esa envergadura con Estados Unidos será la vigorosa culminación de su gesta heróica como gobernante? ¿Delira el Presidente?

Si todo lo interno, todo lo concerniente al país, ha sido destruido, ahora toca demoler lo externo. Pero destruir la relación con Estados Unidos bajo una lógica ideológica ajena a economía y sociedad, es arriesgar, para empezar, la vida y economía de 20 millones de mexicanos que residen en ese país. ¿Qué tal si, por ejemplo, en una fase de malas relaciones bilaterales, el sistema bancario estadounidense restringe el envío de remesas a nuestro país, como lo hace con Cuba?

Después seremos corderos de sacrificio el resto de los habitantes de este país. ¿Y el T-MEC, ese marco regulatorio? ¿Lo espera el basurero de la historia?

Acusar que Estados Unidos es el Gran Culpable de todos nuestros males, aparte de ser una actitud adolescente, sería como descubrir el Santo Grial. Superaría a todos los poderes corruptos del pasado, como Salinas, la mafia que lo acompaña, los empresarios, todos (bueno, casi) corruptos, Calderón y el panismo católico retrógrada, el peñismo corrupto y corruptor. Los conservadores (que aún son muchos, el Presidente dixit) representan el último reducto interno de resistencia a la obra destructora de este sexenio.

Siguiendo con la alegoría de la bola demoledora de López Obrador, es hora de destruir la relación con lo único que podría decididamente ayudar a México a volver por la senda de la racionalidad y abandonar la ruta imaginara del suicidio colectivo, cuan lemmings aventándose a la mar. (Ya sé: no hay pruebas de que los lemmings cometen un suicidio colectivo. Pobres criaturas, de todos modos)

Estados Unidos hoy traza una ruta de defensa de las libertades, apoyando a Ucrania contra la invasión rusa y emprendiendo el camino para evitar que el populismo antidemocrático y golpista de Trump regrese al poder.

Todo ello va a contrapelo del proyecto insigne de López Obrador. Él es parte de la ola de pensamiento que cree en las bondades y la necesidad de autoritarismo como único modelo posible para transitar en el mundo contemporáneo.

López Obrador apenas disfraza su admiración hacia Trump y Putin. Su defensa de los tres tristes tigres autoritarios de América Latina (Cuba, Nicaragua y Venezuela) es parte de una estrategia para sabotear la iniciativa de una cumbre de Biden, pretendiendo mostrar al Presidente estadounidense como débil y derrotable. Esto coincide perfectamente con los intereses políticos de Trump. Marchan los seis al unísono: Putin, Trump, Díaz Canel, Ortega, Maduro y López Obrador, éste último como recién llegado al festín autoritario.

México como país y no únicamente representado por López Obrador, tendrá que decidir su ruta histórica a seguir: fortalecer la democracia o sentarse alrededor de la mesa de gobernantes que conculcan derechos a sus conciudadanos. Llega la hora de decidir.

POR RICARDO PASCOE

ricardopascoe@gmail.com

@rpascoep

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