ANÁLISIS

San Juan Pablo II a 17 años de su muerte

Wojtyla colaboró en el Concilio Vaticano II ayudando a que la Iglesia descubriera que el mundo no es un enemigo, sino un territorio en el que a la par de errores existen también importantes dosis de verdad

OPINIÓN

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Rodrigo Guerra López / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El 2 de abril de 2005 fallecía san Juan Pablo II. Recuerdo el profundo vacío que sentí al mirar por la televisión la noticia de que su vida se había apagado. Tres años antes había aparecido mi libro Volver a la persona. El método filosófico de Karol Wojtyla (Madrid 2002). El P. Tadeusz Styczen, quien estuvo justo al lado de Juan Pablo II al momento de morir, me diría poco después que el papa Wojtyla le recomendó leer mi libro: “¡Es sobre el método!, ¡casi nadie escribe sobre el método!”, le dijo.

En efecto, tratar de comprender la maduración gradual del método utilizado por Juan Pablo II para comprender la entraña profunda de la realidad no es frecuente. Rocco Buttiglione había avanzado mucho en su propio libro (El pensamiento de Karol Wojtyla, Madrid 1982) y quien aquí escribe buscó investigar precisamente en esa dirección. Con el paso del tiempo, el estudiar el método ha tenido sus rendimientos en diversos terrenos: la antropología, la ética, la doctrina social de la Iglesia y la adecuada interpretación del papa Francisco. No se puede comprender a cabalidad la originalidad del actual pontífice argentino sin profundizar en la forma cómo Wojtyla realizó su propia síntesis, y amplió las bases para una renovación de la relación entre cristianismo y mundo contemporáneo.

Karol Wojtyla, a diferencia de los ultraconservadores de su época, colaboró en el Concilio Vaticano II ayudando a que la Iglesia descubriera que el mundo no es un enemigo, sino un territorio en el que a la par de errores existen también importantes dosis de verdad. Un sector de “defensores” de Juan Pablo II buscó neutralizar esta aproximación presentando al papa polaco como un rígido antimoderno, lo que provocó, a su vez, que el sector más progresista reaccionara negativamente, sin valorar el camino abierto, y que es el que hoy amplía y transita el propio papa Francisco.

Pienso de inmediato, entre otros muchos temas, en la enseñanza de San Juan Pablo II sobre la soberanía cultural de los pueblos indígenas; sobre la “presencia real” de Cristo en los pobres; sobre la inadecuada subordinación de la mujer al varón en la sociedad y en la Iglesia; sobre la importancia de la libertad de conciencia en materia religiosa; sobre el valor del cuerpo y de la sexualidad; sobre la necesidad de fortalecer a la ONU repensando su naturaleza; sobre la oportunidad de una teología de la liberación no-marxista; o sobre la importancia de renovar la vida de la Iglesia “desde sus fuentes”. ¡Cuántos apologetas de San Juan Pablo II parecen olvidar estas cuestiones oponiendo su figura a la de Francisco!

El papa Francisco tiene su propia historia, su propia sensibilidad y su propia formación. En esa historia, Juan Pablo II ocupa un lugar importante. El papa Wojtyla lo ordenó obispo en 1992 y lo nombró cardenal en 2001. Por su parte, las catequesis del arzobispo Bergoglio sobre Juan Pablo II exhiben la profunda asimilación intelectual y pastoral del magisterio pontificio. Francisco declaró santo a Juan Pablo II el 27 de abril de 2014, con enorme agradecimiento y espíritu de fe. La providencia regala un papa para cada época. Todos tienen sus límites. Y a través de los límites, un acontecimiento más grande que ellos se testimonia de manera constante.

POR RODRIGO GUERRA LÓPEZ
SECRETARIO DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
RODRIGOGUERRA@MAC.COM

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