COLUMNA INVITADA

Macron: repensar la democracia liberal

Hay una lección que vale la pena pensar tras el triunfo de Emmanuel Macron. Cuando el domingo pasado se anunció su victoria frente a Marine Le Pen

OPINIÓN

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Claudia Ruiz Massieu / Colaboradora / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Hay una lección que vale la pena pensar tras el triunfo de Emmanuel Macron. Cuando el domingo pasado se anunció su victoria frente a Marine Le Pen, el presidente reelecto mandó un mensaje de sano realismo y prudencia: “sé que muchos franceses que votaron por mí no comparten mis ideas, y sólo me respaldaron para evitar que ganara la ultraderecha”. 

El triunfo de Macron es esperanzador, pero también relativo, y confirma la vitalidad de los populismos en todo el mundo. Le Pen perdió la elección, pero ganó voluntades. La ultraderecha xenófoba, nativista e iliberal, que simpatiza con los autoritarismos, a la vez que rechaza la integración europea y la Alianza Atlántica, pasó de obtener el 18% del voto en 2012 a 34% en 2017, y casi el 42% este 2022. 

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El candidato de la extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon, convirtió a su partido en la tercera fuerza política. Juntas, derecha e izquierda radicales son hoy la opción preferida por la mayoría de los electores, en particular de los sectores obreros, las zonas rurales, las clases medias desencantadas y, significativamente, los jóvenes. Los datos indican que, si los franceses de 60 años y más no hubieran votado, probablemente Le Pen sería presidenta. 

El caso de Francia es una señal sobre el atractivo que los populismos concitan a nivel global. En 2019 Trump fue derrotado, pero 74 millones de personas votaron por su proyecto y en noviembre podrían devolverle el control del Congreso al Partido Republicano. En Rusia, la mayoría de la población aprueba a su gobierno, incluyendo la invasión a Ucrania. Algo similar podría decirse de casos tan cercanos como El Salvador o tan distantes como Turquía.  

El politólogo Cas Mudde ha dicho que las opciones radicales pasaron de ser una minoría normal a ser una “normalidad patológica”. ¿Cómo es posible que la democracia liberal, que en las últimas décadas ha sacado a miles de millones de personas de la miseria, ha brindado libertades políticas anheladas, y ha aumentado la calidad de vida como jamás en la historia de la humanidad, hoy sea tan cuestionada?  

En parte, la respuesta tiene que ver con el sentimiento de agravio e injusticia. Hay más prosperidad, pero también grandes desigualdades; hay más libertades, pero acceder a la justicia en gran medida suele depender de la posición socioeconómica. La tecnología moderna crea milagros en salud, educación y negocios, pero deja en desventaja a la mayoría en favor de minorías.  

Hay quienes han desestimado estos agravios, apostando por un dogmatismo de mercado que cancela los factores sociales; pero la evidencia es contundente. La académica de Harvard, Pippa Norris, ha señalado la correlación entre la desigualdad y el ascenso del populismo.  

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Por eso Macron, atinadamente, al tiempo que celebraba su victoria, convocó a atender los agravios que la democracia liberal no ha resuelto. No se trata de renunciar a sus valores –el individuo, el mérito, la libre competencia, etc.– sino de reconocer que este modelo no es viable sin justicia social. El liberalismo político ha sido el sistema democrático más exitoso en la historia no porque sea estático, sino porque ha sabido adaptarse. Ahora es necesario pensar nuevamente sus déficits, para corregir y ahondar en el camino de las libertades y la prosperidad. 

Claudia Ruiz Mas

Claudia Ruiz Massieu  

sieu  

Senadora de la República 

MAAZ

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