COLUMNA INVITADA

Réquiem

A sus 93 años, el Revolucionario Institucional tiene la oportunidad de refundarse, no sin antes enterrar al partido que fue

OPINIÓN

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Javier García Bejos / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Los años no pasan en vano. La vejez lo cambia todo: nuestras reacciones, acciones y nuestras capacidades. Con ella, lentamente nos vamos apagando hasta que llega el ultimo día. Como las personas, las instituciones políticas también se avejentan, se van haciendo obsoletas hasta ser irrelevantes. 

Así vivirá el PRI su 93 aniversario. Un partido que durante décadas se dio a la tarea de preservar la unidad del país y forjar instituciones, desde el poder absoluto hasta el compartido. Entretejió con éxito un aparato político capaz de representar lo diverso y ahí estaba la clave de su éxito: un partido con reglas no escritas que funcionaban desde un seccional hasta su comité ejecutivo. 

En los últimos 30 años, la diversidad política comenzó a habitar en otros partidos y movimientos, y el PRI sentía que aún había posibilidades de encontrar una narrativa que lo hiciera competitivo y aunque no pudo volver a construir un eje político claro, electoralmente tenía representatividad y capacidades indudables.

Pero hoy no. El PRI está extraviado en su pasado, incapaz de construir una narrativa de futuro. Los clamores de unidad desde las cúpulas desnudan el miedo a perder el poco poder que queda, y ahí, en espacios cerrados, se pretende que el viejo partido vuelva a la vida como si nada hubiera pasado. 

Políticos priistas capaces de construir, luchan por encontrar espacios propios porque dentro no hay posibilidades de dialogar y encontrar una buena narrativa. En esta última etapa, claudicar se ha convertido en la manera de transitar de gobernadores y legisladores que prefieren rendirse que pelear como lo hacen los militantes. Desde los seccionales se ve con asombro esa nueva manera de perder todos para que ganen unos cuantos, mientras que a las candidaturas siguen llegando los mismos con derecho de picaporte, que, sin más, pierden, pero caen siempre de pie. 

Colosio tenía claro lo que pasaba e ilustró en sus discursos con toda claridad la difícil encrucijada del partido y los gobiernos emanados de él. No había nada peor que dejar de escuchar, que dejar de reconocer errores y convertir a la política en un laboratorio de experimentos, y al partido en un centro para obtener empleo. 

Ese partido que vio Colosio es el partido que desde entonces sólo usó su discurso como un cómodo adorno, pero no como una hoja de ruta para cambiarlo todo. Por eso, hoy bien haría el PRI en enterrar al partido que ya acabó de vivir y reconocer que en estos nuevos tiempos hay que crear opciones políticas que generen alternativas desde la pluralidad y diversidad: que nazca un partido inspirado en el futuro y los valores de los jóvenes que creen que hemos quedado mucho a deber al país; que encuentre fuerza en la emoción política de sus militantes y tenga una identidad que contraste más allá de la polarización que vive México. El PRI tiene que morir para que nazca desde allí una plataforma que enfrente el reto de construir una nación, de hacer política y de volver a mirar a los ojos, con propuestas en la mano, a los millones de mexicanos que siguen esperando vivir en un México mejor.

POR JAVIER GARCÍA BEJOS

COLABORADOR

@JGARCIABEJOS

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