MALOS MODOS

Los muertos no mueren, de Jim Jarmusch

Cuando parecía que no quedaba nada que añadir al universo de los zombis, apareció Jim Jarmusch

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Cuando parecía que no quedaba nada que añadir al universo de los zombis, apareció Jim Jarmusch. Activo desde los 80 y conocido en México, me parece que por alguna Muestra de la Cineteca, ya desde esos años (los años de la edad oscura de la tecnología, los años pre Internet, cuando el cine, sobre todo el que no pertenece a los circuitos comerciales, viajaba mucho más lentamente), se le recuerda por ese sentido del humor absurdo y ecuánime, por los muy buenos ensambles actorales, con los que cuaja milagros como hacer simpático al insufrible Roberto Benigni (vean Bajo la ley), y por la extraordinaria música de sus películas, una música que es suya, pero también de colaboradores como John Lurie. 

Todas esas virtudes están en Los muertos no mueren, estrenada en 2019 sin que le hiciéramos el menor caso en estas tierras y recién aparecida en plataformas, para que subsanemos esa falta. Está, para empezar, la virtud del elencazo: Bill Murray, Adam Driver, Tilda Swinton como una samurai escocesa dedicada al negocio funerario (a Jarmusch le gustan los samurais: ahí está Ghost Dog), Chloë Sevigny, Danny Glover, Steve Buscemi como un trumpiano de manual, Selena Gómez y un par de habituales en sus películas: su majestad Tom Waits e Iggy Pop, que ya habían protagonizado un segmentito genial en Coffee and Cigarettes. 

Enseguida, está la virtud de la música: la película está dedicada a ese raro talento del country que es Sturgill Simpson. 

Sobre todo, está el desparpajo con que Jarmusch rinde un homenaje socarrón al género, con una historia ambientada en un pueblito gringo a la que no le falta nada: ni los excesos de vísceras masticadas, ni los visitantes urbanos insoportables, ni la delicia de los hachazos en el cráneo, ni las referencias explícitas con ironía buena onda, para empezar a George A. Romero, el padre fundador del zombismo contemporáneo, y más ampliamente a la serie B en su totalidad. 

Como cereza para coronar el pastel, una cereza ciertamente un poco artificial pero apetitosa de todas formas, está la ironía autoinfligida: la película se cuestiona permanentemente su propia pertinencia con autorreferencialidad de viejo lobo de mar, un lobo de mar que se acerca a los 70 años y que sabe no tomarse en serio. 

De veras, sin muchas pretensiones ni expectativas, vale la pena regalarle dos horas a este ejercicio de auntoindulgencia lleno de momentos muy, pero muy Jarmusch, como ese dialogo entre y Sevigny y Murray en el que ella, fuera de sí, le pregunta por qué decidió atropellar con el coche a todos esos zombis, mientras vemos un rosario de piernas sanguinolentas asomarse de entre las llantas, y él, como el buen policía que es, responde sin inmutarse que “No son peatones comunes y corrientes”. Esta película sí lo es, lo asume, y en eso radica su gracia.   

POR JULIO PATÁN

COLUMNISTA

@JULIOPATAN09 

MAAZ