COLUMNA INVITADA

Unificar a América Latina o No...

Tanto es así que a los a favores o escisiones tradicionales del voto, como la religión o la clase social, podríamos añadirle uno nuevo, la postura con respecto a Europa

OPINIÓN

·
Luis David Fernández Araya / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Mediante un profundo análisis considerando éxitos y fracasos, considero que no cabe duda de que la Unión Europea y el proyecto que integra es productivo, en mayor o menor medida, de las pretensiones de sus países miembros. 

El camino que ha seguido a lo largo de estos años y los obstáculos a los que se ha enfrentado han sido, en gran parte, piedras en el camino que han colocado uno o varios de los países miembros en un intento por cambiar la dirección del proyecto europeo hacia algo que los beneficiara más. Sin embargo, también se ha dado el proceso a la inversa. La Unión Europea, su esencia, su idea y la postura frente a ella han modificado, a lo largo de todo el proceso de integración, la estructura más básica de los Gobiernos nacionales y su manera de hacer política. En algunos casos, ha transformado el proceso de toma de decisiones en algo más transparente y más cercano al ciudadano de a pie. En otros, la Unión Europea ha servido de cortina de humo responsable de la implementación de ciertas políticas poco populares entre las poblaciones sobre las que se aplicaban. El uso de la Unión y su presencia en la vida diaria de los ciudadanos ha ocasionado, para bien y para mal, que la política nacional ya no se entienda si parte de ella no está relacionada con Europa.

Tanto es así que a los a favores o escisiones tradicionales del voto, como la religión o la clase social, podríamos añadirle uno nuevo, la postura con respecto a Europa.

Como novedad, esta división no tiene por qué adherirse a una ideología concreta y supera la dicotomía izquierda-derecha. Sin embargo, puede resultar decisiva en algunas campañas electorales, como a se demostró en Grecia y, en general, en las campañas nacionales de la mayor parte de los países europeos en los últimos años. Este efecto no solo provoca que partidos políticos ya existentes tengan que modificar algunas de sus promesas o centrar sus campañas en el aspecto europeo; la aparición de nuevos partidos es otra consecuencia de ello y, en este caso, la Unión Europea casi nunca sale bien parada. Los nuevos partidos, y algunos antiguos con presencia en las instituciones europeas hacen tambalearse un equilibro ya de por sí delicado.

A menudo se trata de organizaciones electorales cuyo éxito y extensión se encuentran en las crisis que la Unión Europea no ha sabido enfrentar como institución: la financiera desde 2008 y la crisis de los refugiados que llegaban, y siguen llegando desde Siria, Libia y otros países en guerra. 

Esta última puso en evidencia la división interna en el proyecto comunitario y la visión que muchos de ellos tienen de la Unión como mero mediador de conflictos sin ningún poder real y un organismo del que beneficiarse, no un ente que emita normas de conducta internacional. Este tipo de partidos no suelen considerarse eurófobos, pero sí críticos con el proyecto. Encuentran su fuerza en haber sido votados directamente por los ciudadanos de sus respectivos países de origen y, dependiendo de su corte ideológico, luchan en distintos frentes. 

Algunos de ellos critican la teórica política de puertas abiertas hacia los inmigrantes y refugiados de la Unión Europea, aunque , y así otros recuerdan todas aquellas promesas de integración que no se han materializado, y la gran mayoría critica la ruptura entre el norte y el sur, especialmente desde 2008. 

Partidos como el de la Independencia del Reino Unido, campañas electorales como la francesa y la italiana o rupturas tan radicales como el brexit demuestran que el euroescepticismo es un movimiento que ha llegado para quedarse.

Este discurso cala muy bien entre las clases medias de toda Europa, que comparten una característica como es la de haber sido golpeadas muy duramente por la crisis financiera. Sin seguridad económica ni perspectivas de futuro, culpan en gran medida a la Unión Europea y sus políticas económicas de las consecuencias personales que sufren ahora. Un movimiento con un amplio espectro de crítica al proyecto comunitario, pero con un mismo origen, el rechazo a la Unión Europea. 

El terreno lo ha ido ganando poco a poco con la introducción de diversas medidas que manifiestan este rechazo; la más radical es la salida completa del club. Otras vertientes rechazan políticas comunitarias concretas, como la migratoria, que es de las más rechazadas, el euro, la energética, etc., y otros rechazan el sistema político comunitario o su posición dentro de la Unión, deseosos de más presencia o poder.

POR LUIS DAVID FERNÁNDEZ ARAYA
@DRLUISDAVIDFER

PAL