POLITEIA

En la muerte de Alberto Baillères

Este país funciona gracias, en buena medida, a la iniciativa de los particulares, al trabajo de hombres y mujeres que arriesgan su patrimonio

OPINIÓN

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Fernando Rodríguez Doval / Politeia / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La muerte de don Alberto Baillères, además de dejar un enorme vacío en las instituciones y empresas en las que participó, permite reflexionar acerca de la aportación que el mundo privado hace al desarrollo económico y al progreso social de una nación.

Vivimos tiempos en donde se idolatra al Estado, se estigmatiza al empresariado y se establece una sinonimia entre actividad privada y corrupción. Lo que la realidad nos muestra cada día es radicalmente diferente: este país funciona gracias, en buena medida, a la iniciativa de los particulares, al trabajo de hombres y mujeres que arriesgan su patrimonio, que lo invierten y generan empleos, así como a las muchas asociaciones de beneficencia que suplen con su generosidad las carencias e insuficiencias de la estructura gubernamental. 

Alberto Baillères fue un protagonista en ese mundo de la iniciativa privada. Desde muy joven, cuando una tragedia familiar –la muerte en un accidente de su hermano mayor— lo obligó a encabezar los negocios de su familia, entendió que sus empresas debían ser comunidades de personas, no únicamente medios para generar riqueza material, y que el trabajo no era solamente una fuente de ingresos, sino también un deber y un servicio para colaborar en el éxito de la obra común. 

Innovador, polifacético y con una profunda confianza en nuestro país, don Alberto generó riqueza, empleo y auténtico desarrollo mediante el Grupo Bal, conglomerado que encabezó durante más de cinco décadas. Pero su aportación no se limitó al campo empresarial. Quizá la obra que más quiso fue el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), fundado en 1946 por la Asociación Mexicana de Cultura, de la que su padre Raúl fue el principal promotor. 

El ITAM, en donde Baillères se graduó como economista en 1957 con una tesis dirigida por Manuel Gómez Morín, se consolidó como una universidad de excelencia y hoy es un referente educativo a nivel internacional. Es también un espacio de desarrollo humano, donde gran parte del alumnado tiene beca o apoyo económico y donde existe una total libertad de cátedra. Todo eso ha sido posible gracias al liderazgo de Baillères, quien presidió su Junta de Gobierno durante muchos años y hasta su muerte, así como al trabajo de grandes rectores como Javier Beristáin o Arturo Fernández. 

Baillères fue un filántropo y un humanista. Además del ITAM y la Asociación Mexicana de Cultura, participó en diversas instituciones dedicadas a la educación, como la Fundación de Estudios Financieros, la Fundación UNAM, el Centro Cultural Manuel Gómez Morín o la Fundación de las Letras Mexicanas. 

México va a extrañar a Alberto Baillères. Mucho se echarán de menos sus aportaciones públicas hechas desde el ámbito privado. 

POR FERNANDO RODRÍGUEZ DOVAL
POLITÓLOGO
@FERDOVAL

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