EL DON DE LA FE

Recompensa anticipada y eterna

Al Sermón de la montaña se le ha considerado como uno de los discursos más revolucionarios de la historia; revolucionario

OPINIÓN

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Roberto O'Farrill Corona / El don de la fe / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Al Sermón de la montaña se le ha considerado como uno de los discursos más revolucionarios de la historia; revolucionario, no porque haya provocado un levantamiento social, sino porque estableció una innovación permanente en la forma de apreciar la conducta humana, en la manera de vivir la vida.

La norma prevaleciente en los tiempos de Jesús había intentado poner límite a la revancha desmedida mediante la conocida ley Ojo por ojo, diente por diente estableciendo que no era justo vengarse en exceso, pero Jesús logró superar aquella ley con una nueva norma: “Lo que quieran que les hagan los hombres, háganlo ustedes igualmente” (Lc 6,31).

De las religiones, el cristianismo es lo más nuevo, y aunque supera los dos mil años de vigencia, hasta ahora no ha habido doctrina alguna que responda de manera tan determinante al problema del odio, pues sabido es que la violencia provoca violencia.

En contraparte a la doctrina de Jesús, una normativa vigente parece fundamentarse en responderle al mal igualmente con mal, en un respuesta que se ofrece como solución a la maldad, pero solamente en apariencia, pues a todo mañana le llega su mañana.

Por ende, así continúa la enseñanza del Señor: “hagan el bien, y presten sin esperar nada a cambio; y su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo”. Luego, anuncia las recompensas: “No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará” (Lc 6,37-38).

Antes de proclamar esta nueva norma, fue que Jesús pronunció aquel discurso tan revolucionario: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios.

Bienaventurados los que tienen hambre ahora, porque serán saciados. Bienaventurados los que lloran ahora, porque reirán. Bienaventurados serán cuando los hombres los odien, cuando los expulsen, los injurien y proscriban su nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo” (Lc 6,20-23).

Quienes han carecido de lo esencial, los que conocen el hambre, aquellos que han sufrido, y todos quienes han sido expulsados de sus ambientes, odiados, injuriados y perseguidos, por ser de Cristo, en estas palabras se encuentran a sí mismos; por ello las agradecen, porque en ellas hallan consuelo, un consuelo que ninguna persona puede conferir, un consuelo que es de Dios.

La recompensa prometida por Cristo se recibirá en la vida eterna, aunque también el Señor gusta de anticipar sus recompensas como una muestra de la recompensa que será plena, recompensas anticipadas que estriban en una enmienda rápida que procede del Cielo, que soluciona la tristeza vivida, el sufrimiento padecido.

Confiemos en las recompensas prometidas por Cristo en sus bienaventuranzas, en las recompensas anticipadas y en la Recompensa eterna.

POR ROBERTO O'FARRILL CORONA

MAAZ