COLUMNA INVITADA

Pájaros en el apocalipsis

'Dios dividió a los seres humanos en quienes nacieron de un huevo de pájaro, quienes lo hicieron de un huevo de pez y quienes nacieron de un huevo de oso'

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Un hombre está en uno de sus cafés favoritos. Ha pedido un jugo de naranja fresco. Algo de queso. Las mesas están colocadas de tal manera que en realidad el comensal pueda vivir dos experiencias paralelas: la gastronómica y la de voyeur aficionado. Mira a quienes caminan por la calle con avidez, a veces de reojo. Le han traído pan para su queso. Pan negro, denso, que él parte con las manos, sin importarle el decoro. Los cubiertos están allí como simple recuerdo de que es humano. Una pareja de mujeres árabes, envueltas en sus saris azules arrastra sendas carriolas. Un hombre pequeño, casi diminuto, aparca su coche aún más pequeño en un espacio inverosímil Hace calor, lo que permite a las muchachas correr apenas vestidas, las enormes piernas de una mujer en bicicleta, casi más grandes que las ruedas, avanzan y desaparecen casi al instante de su vista. Ha llevado una libreta, pero como tantas veces prefiere el sabor de la contemplación que la abstracción de la escritura.

Entonces aparece el primer gorrión. Es gordo, los minúsculos ojos lo miran sin recelo, casi se diría que lo saludan. Y él responde con una mirada cómplice. El hombre sin saber porque guiña su ojo de falso ornitólogo al ave. Entonces sin disimulo el gorrión trepa a su plato, corta con cuidado un poco de pan negro y emprende el vuelo. Es grácil cuando planea y pesado como un viejo mandarín cuando vuelve a acercarse, esta vez acompañado de otro gorrión. Le muestra la facilidad con la que ha hurtado el pan del hombre. El otro, sin embargo, recela. Es delgado y tímido, no mira a los ojos. Se acerca de lado, ni siquiera contempla el mendrugo. Su amigo ha ido y vuelto dos veces, cargado de tesoros de trigo entero. Entonces el flaco se atreve, sube al plato. Sus pequeñas patitas apenas hacen ruido sobre la porcelana, da un picotazo y se lleva el pedazo más grande. Es grácil cuando roba, pero frágil cuando vuela. El pan se le cae del pico y viene a detenerse en la calva de otro hombre, dos mesas más lejos. Él espanta la miga como si fuera un insecto, pero se mira la mano que no tiene nada, que carece de una pista.

Ahora los dos pájaros han regresado, cada uno con un pequeño botín. Se miran. El hombre no conocía la intensidad con la que pueden verse dos pájaros. Son gorriones o son conciencias, eso no puede saberse. Ahora viajan lejos de esa mesa, se olvidan del hombre que termina su jugo de naranja, paga la cuenta y se retira.

Para qué escribir, entonces. Su zapato pisa otra miga de pan negro, pero él ya no puede percatarse.

Será en la noche, antes de dormir, cuando la retire de la suela, ya convertida en fósil que sedimenta la torpeza del frágil gorrión que le recordó su infancia. Entonces se acerca al libro, una de las novelas más cercanas al arte abstracto que ha leído, Color puro, de la canadiense Sheila Heti. Un libro que es casi místico. La narradora dice que Dios dividió a los seres humanos en quienes nacieron de un huevo de pájaro, quienes lo hicieron de un huevo de pez y al final quienes nacen de un huevo de oso. Extraño génesis de un Dios, por cierto, que no ha completado, a decir de la narradora, el borrador de su creación porque le dio flojera. Quienes han nacido de pájaro se interesan por la belleza, el orden, la armonía y el sentido. Son frágiles pero fuertes y miran el mundo desde lejos. Los que vienen del pez son gregarios y piensan en los miles de huevos de pez que tienen que sobrevivir. Son justos y se preocupan de la temperatura, que sea buena para todos. Una persona nacida de huevo de oso es como un niño cargando su muñeca favorita. No piensan pragmáticamente, están profundamente consumidos de sí mismos y solo aprecian a aquellos que pueden oler y tocar. Dios, escribe Heti, necesita de la crítica de los tres para poder entender qué está mal. Como la gula y la torpeza de los dos gorriones en el café esta mañana.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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