COLUMNA INVITADA

En los mares de la educación

Así como aumentaron las brechas en el aprendizaje, también se profundizaron las “desigualdades socioemocionales”, y apenas se vislumbran las secuelas

OPINIÓN

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Antonio Argüelles / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

En este espacio me he centrado, hasta ahora, en el rezago educativo que enfrentan millones de estudiantes como resultado de la pandemia. Sin embargo, las consecuencias del cierre parcial o total de las escuelas en los últimos dos años van más allá de la pérdida de aprendizajes; ha habido, también, un costo enorme en términos de salud y bienestar socioemocional.

De una u otra forma, en mayor o menor medida, casi todos hemos sufrido los efectos psicológicos de la crisis sanitaria. En mi caso, los meses de confinamiento, aunados a las presiones de una nueva realidad laboral, minaron mi estado de ánimo a tal grado que, en verano de 2020, estuve a punto de dejar lo que más me apasiona en la vida: la natación en aguas abiertas. Este episodio me ha llevado a reflexionar constantemente sobre las dificultades socioemocionales que han pasado —y que aún están pasando— los niños y los adolescentes.

Además de infundir miedo e incertidumbre, el aislamiento privó a los estudiantes de la experiencia de la escuela. Como afirma Fernando Escalante, se perdió “la posibilidad de contar con un espacio público de socialización”, ese lugar “donde los estudiantes son todos iguales, y no hay ni la protección ni la violencia que hay en el espacio doméstico”. Así como aumentaron las brechas en el aprendizaje, también se profundizaron las “desigualdades socioemocionales”, y apenas empezamos a vislumbrar las secuelas.

Un artículo reciente de The New York Times da cuenta de lo que se ha vivido en una high school de Pennsylvania, Estados Unidos, desde que los alumnos regresaron a clases presenciales en agosto de 2021. De manera cotidiana, el personal tiene que lidiar con casos de ansiedad y depresión, peleas frecuentes, faltas de respeto, dificultades de comunicación, suspensiones constantes y docentes al borde del colapso, entre otros problemas. Ante este panorama, que se reproduce en otras partes, no sorprende que varias organizaciones dedicadas al bienestar infantil hayan declarado un “estado de emergencia de salud mental” para niños y adolescentes. 

En este estado de emergencia, las autoridades educativas tienen que asegurarse, cuando menos, de dar a docentes y directores las herramientas necesarias para favorecer su bienestar personal y el de sus estudiantes. Pienso, por ejemplo, en un proyecto de “alfabetización socioemocional”, o en otro de promoción de la actividad física, la cual también disminuyó con el confinamiento pese a sus numerosos beneficios para la salud física y mental. Se ha desatado un tsunami en el mar de las emociones y urge construir diques para contenerlo.

POR ANTONIO ARGÜELLES
COLABORADOR
@MEXICANO_ACTIVO

CAR

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