LA ESCENA EXPANDIDA

Autocrítica, necesaria, por el bien del arte

El año termina con una aparente vuelta a la normalidad, pero no hay que entenderlo como el regreso al pasado, sino como adaptación

OPINIÓN

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Juan Hernández / La escena expandida / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

A partir de la pandemia por la covid 19 se habló mucho de la crisis del teatro y de la danza, disciplinas que si bien se manejan en gremios distintos, comparten el “aura” de la que hablaba Walter Benjamín, y que se refiere a su cualidad única entre las artes, de la necesaria comparecencia de artistas y público en un espacio-tiempo que se comparte en comunidad

El carácter de la crisis se enfocó en el cierre de los espacios escénicos tradicionales y el aislamiento de la población. ¿De qué vivirían los artistas y trabajadores de los teatros si no había funciones? A través de la demanda de mayores apoyos del Estado (ocupado en resolver necesidades primarias, nada menos que la supervivencia de la población, la adquisición de vacunas y la vacunación misma), los artistas de la escena desarrollaron un discurso nada nuevo, pero si exacerbado; sobre todo porque quienes más levantaban la voz eran justamente aquellos que por años recibieron apoyos por medio del entonces llamado Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), además de que muchos gozaron de beca en los años pandémicos, a pesar de que no tendrían la obligación de cumplir con las metas comprometidas debido, así es, a la pandemia.

Pero la crisis de las artes escénicas es muy anterior a la pandemia y a la era de la digitalización, inició con la institucionalización de los discursos y proyectos artísticos que empezaron a hacerse “a modo” para cumplir con los criterios de las convocatorias del Fonca, en lugar de observar las necesidades de la sociedad, con quien la obra artística dialogaría.

Ese sistema para financiar a las compañías definió los modos de producción que dieron como resultado discursos comprometidos, obras nacidas antes de tiempo y estéticas superficiales. Siempre con honrosas excepciones. Ignorado el público, el interés por la escena “de búsqueda” disminuyó y se llegó a eso que se llamó “la crisis de público”.

De esto se ha venido hablando desde hace dos o tres décadas, sin embargo lo que no se ha puesto sobre la mesa de discusión es la crisis creativa, el aislamiento de los artistas de la escena con sus estéticas herméticas -mucho antes del aislamiento forzoso de su potencial público, a causa de la pandemia-, y el inexistente mercado para las artes escénicas.

En ocasiones he escuchado a algunos creadores decir que no les importa el público, sino expresarse. Pero una obra no “es” hasta que es leída. Así llegamos al empujón de la pandemia que sumergió a la sociedad mundial a la plenitud de la era digital, que exigió en aquellos momentos de emergencia sanitaria una respuesta urgente de los artistas, hasta entonces amparados bajo el aura de su tradición.

Se esperaba un replanteamiento en el modo de producción y de nuevos lenguajes que conectaran con los millones de cibernautas doblemente aislados, que empezaron a experimentar el mundo, a relacionarse y a ejercer acciones creativas a través de la red. Pero esto no ocurrió. 2022 termina con una aparente vuelta a la “normalidad”, pero habrá que entender que ésta no es el regreso al pasado, nunca lo es, sino la adaptación de la humanidad a nuevas condiciones de vida que se vuelven cotidianas.

A propósito del cierre de 2022 y el inicio del 2023, es menester mencionar que el gran reto para las escena contemporánea será que quienes la ejerzan asuman su ejercicio con autocrítica y sin complacencias; que el reloj cósmico señale el tiempo de la evolución a la que habrán de llevar sus lenguajes y formas de producción. Que la tradición sea el trampolín para volar alto y responder a las necesidades de la reflexión de nuestro tiempo; por el bien del arte y de sus lectores.

POR JUAN HERNÁNDEZ
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