COLUMNA INVITADA

Navidad fiesta de familia

La historia se dividió en dos: antes o después de la llegada de Cristo el Salvador hace 2 mil años

OPINIÓN

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Paz Fernández Cueto / Colaboradora / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Se acerca Navidad, tiempo propicio en torno a la familia. Tiempo en el que los sentimientos se ponen a flor de piel y experimentamos añoranza por el hijo que está ausente y contento por el que regresó; resentimiento por el padre que debiendo estar no está o melancolía por el que, sin estarlo, está presente. La celebración de Navidad suele planearse en torno a esta pequeña y viva realidad que se llama familia, ante la cual, no solemos permanecer indiferentes. Procurando la compañía de hijos, padres, hermanos, tíos o parientes, no se ahorran trabajos ni se escatiman todo tipo de esfuerzos al emprender viajes y organiza festejos.

Quizá, entre el ajetreo de las reuniones, la ilusión del aguinaldo, los viajes o el agobio de los regalos, se pierde el significado profundo de la fiesta. Aun así, lo que sucedió en esa primera Navidad fue algo tan desproporcionado, tan increíblemente inmenso, tan sublime, y ¡provocó un asombro tal...! que permanece, —entre las sombras del subconsciente colectivo— el misterio que festejamos, aún sin saberlo. La aurora de la mañana presagiaba el final de la más larga noche de la historia, la llegada de la Plenitud de los Tiempos, el cumplimiento de las profecías que anunciaron los profetas, la llegada del Mesías prometido después de una prolongada espera, el advenimiento de Cristo el Salvador en algún lugar de Belén hace más de 2000 años.

A partir de entonces, indistintamente para creyentes, renegados o agnósticos, la historia se dividió en dos: antes o después de Su llegada. No es para menos si realizamos que El Hijo de Dios, el mismo que procede eternamente del Padre, concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo, entraba a formar parte de nuestra historia. Engendrado en el cuerpo de una mujer se convertía en uno de los nuestros, de nuestra misma estirpe, de nuestra misma raza sin dejar de ser Dios. Nacido de María, convivió treinta años con José, instrumento elegido por Dios para que el Misterio de la Encarnación se realizara en el seno de una familia compuesta de padre, madre e hijo. Se explica entonces porqué la humanidad, después de más de más de dos mil años sigue festejando en familia llena de gratitud y de contento.

Si no fuera una verdad revelada en la escritura parecería la más grande locura que la imaginación humana hubiera podido elucubrar. Si no fuera por el testimonio de Su vida, por la santidad de Su doctrina, el prodigio de los milagros o el testimonio de una multitud de mártires, el nacimiento de Cristo sería una fecha más entre los ilustres que recuerda el calendario. Pero no es así, hombres de diversas razas y culturas en las distintas latitudes del planeta, no dejan de sorprenderse y llenarse de ternura al acercarse el nacimiento de ese Niño que revolucionó la historia.

Y por eso festejamos con los nuestros necesitando estar cerca. Y procuramos expresarnos cariño, reconciliarnos, reconocernos hermanos, abrazarnos y pedirnos perdón. Es época de dar por quien vino a entregarse, de compartir por Quien compartió todo lo nuestro, menos el pecado. De buscar la cercanía de los seres queridos por Quien se acercó hasta hacerse pequeñito como un niño, de perdonar por Quien vino a perdonarnos, de amar por Quien nos dio en un pesebre la más grande muestra de amor. Navidad es la fiesta de familia por excelencia. A pesar de las crisis y disfunciones que sufre la familia en la actualidad, sigue siendo el lugar que se añora, el lugar al que se vuelve a sabiendas que, a excepción de la familia que festejamos en Belén, no hay familia perfecta.

POR PAZ FERNÁNDEZ CUETO

COLABORADORA

PAZ@FERNANDEZCUETO.COM

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