DESDE AFUERA

Una política deshilachada

AMLO dice que México tiene una política de no-intervención, pero criticó la destitución de Castillo y su relación entró en un momento de "toma y daca"

OPINIÓN

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José Carreño Figueras / Desde Afuera / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El pasado 6 de diciembre, el subsecretario mexicano de Relaciones Exteriores para América Latina, Maximiliano Reyes, afirmó en un tuit que "de todos los atributos mejor evaluados del Presidente @lopezobrador_. Los mexicanos ven como su principal virtud la buena relación del @GobiernoMX con los países latinoamericanos, cerramos el año bien y de buenas con el liderazgo de @SRE_mx @m_ebrard".

El mensaje citó una encuesta de Mitofsky, en la que 55% de los consultados daba mayor valor a la relación con Latinoamérica que a líneas como acercamiento a la gente, fortalecer la democracia, preocupación por los pobres y bajar la inflación.

El anuncio puede haber sido demasiado optimista, y Reyes puede ser el chivo expiatorio en lo que se refiere a la política hacia América Latina, que muestra señales de deshilachamiento. 

No es que la relación social, cultural y económica, se haya deteriorado, pero hay especulaciones de que más allá de la retórica, el gobierno parece haber perdido puntos en una competencia por el liderazgo regional, tan simbólica como real.

La actual polémica en torno a Perú y la destitución de Pedro Castillo no ayuda, y menos cuando es contrastada con el indiferente silencio con que se recibieron las autoritarias medidas del presidente Daniel Ortega, en Nicaragua, y su encarcelamiento de los líderes de oposición que no huyeron del país a tiempo, o frente a normas adoptadas por el gobierno venezolano. 

Ambas han encontrado el rechazo de otros dirigentes de izquierda regional.

El líder latinoamericano, por lo pronto, es Luiz Inácio Lula da Silva, que el próximo 1 de enero asumirá la Presidencia de Brasil, pero ya es objeto de esperanzas y reverencia, al menos entre grupos y gobiernos que se definen como izquierdistas.

Al mismo tiempo, la administración mexicana parece haber sufrido algunos traspiés.

López Obrador subraya que México tiene una política de no-intervención, pero criticó abiertamente la destitución de Castillo y la relación con Perú entró en un momento de "toma y daca" que suena bien en términos de política interna, pero no ayuda en cuanto a relaciones exteriores.

A fines de noviembre hubo una serie de reuniones bilaterales que parecieron indiferentes con los presidentes de Chile, Gabriel Boric; de Colombia, Gustavo Petro, y de Ecuador, Guillermo Lasso, en vez de la cumbre de la Alianza del Pacífico. No se supo de una reunión entre todos ellos, ni siquiera informal, mientras Lula da Silva y Alberto Fernández, de Argentina, se excusaban de viajar a México. 

Paralelamente, la izquierda sudamericana hizo de lado a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que impulsa López Obrador para dar prioridad a la Unión de Naciones de América del Sur (Unasur), que auspicia Lula.

En Centroamérica, la presidenta hondureña Xiomara Castro espera la llegada de Lula para pedirle que financie un par de represas. Y no son las únicas señales.

POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1