COLUMNA INVITADA

Servidumbre voluntaria

Los poderosos simulan ser profetas y portadores de designios providenciales. Son ajenos a los errores

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Si un país no consintiera dejarse caer en la servidumbre, el tirano se desmoronaría por sí solo, sin que haya que luchar contra él, ni defenderse de él. La cuestión no reside en quitarle nada, sino tan sólo en no darle nada. Etienne de La Boétie (1530-1563)

Quien llegara a ser investido magistrado en Burdeos escribe El contra Uno o el discurso de la servidumbre voluntaria, apenas a los 18 años de edad, sin embargo, saldrá a la luz póstumamente hasta 1572, gracias a la edición que hiciera su amigo Michel de Montaigne. Esta es la primera gran crítica moderna a la sumisión de los individuos, todavía no ciudadanos, sino súbditos, al poder central autoritario de los emergentes Estados nación dirigidos por monarquías.

En un pasaje afirma vehemente: “Hay tres clases de tiranos: unos poseen el reino gracias a una elección popular, otros a la fuerza de las armas y los demás al derecho de sucesión. Los elegidos por el pueblo lo tratan como a un toro por domar, los conquistadores lo convierten en una presa sobre la que ejercen todos los derechos, y los sucesores lo tienen por un rebaño de esclavos que les pertenece por naturaleza”.

Frente a intenciones tan utilitarias, lo sensato reside en desconfiar del poder y los poderosos. ¿Cómo? Pues resistiendo, mediante el ejercicio de la voluntad que reivindica los intereses sociales frente a las pretensiones facciosas de las minorías.

“La primera razón por la cual los hombres sirven de buen grado es la de que nacen siervos y son educados como tales. De ésta se desprende otra: bajo el yugo del tirano, es más fácil volverse cobarde y apocado. (...) El pueblo sospecha de quien lo ama y confía en quien lo engaña. El pueblo ha sido siempre así. Se muestra dispuesto y disoluto para el placer que se le brinda en forma deshonesta, e insensible al daño y al dolor que padece honestamente. ¿Acaso no es hoy evidente que los tiranos, para consolidarse, se han esforzado siempre por acostumbrar al pueblo, no sólo a la obediencia y a la servidumbre, sino también a una especie de devoción por ellos?”.

Los poderosos simulan ser profetas y portadores de designios providenciales. Son ajenos a los errores, siempre los sitúan en el pasado. Son ajenos a la autocrítica y dan las espaldas a las responsabilidades de sus propias decisiones. Los mueve el viento y sus vaivenes; y su principio rector es el gatopardismo: cambiar para no cambiar...

Sólo rasgan la cáscara que envuelve a sus sociedades, a lo largo y ancho del globo terráqueo. Gobernar estableciendo una cadena de complicidades, gracias a la concesión de dádivas y favores. Y al hacer un balance nos topamos con la novedad del equilibrio precario entre las personas para quienes la tiranía es provechosa y aquellas otras para quienes la libertad sería deseable.

Quizá por ello el pensador argentino Juan Bautista Alberdi (1810-1884) denunciara que la América Latina y el Caribe tienen “reyes con el nombre de presidentes”. En todo caso, el precio de la libertad exige renunciar a la servidumbre voluntaria... Etienne de La Boétie tenía razón. Basta desearlo...

POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM

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